Tiendo a imaginar en ponerles rostro
a algunos sentimientos humanos, que a veces me cuesta asimilar, es algo que me
ayuda enormemente a vivirlos con cierta normalidad, aunque suene un poco
extraño.
Una de esas emociones, es la
culpabilidad, que ha estado muy presente en mi vida durante muchos años y que me ha perseguido como una sombra, atemorizándome en cada rincón por situaciones que
yo misma conjeturaba: culpable por no ser mejor persona, por no ser más
inteligente o culta, por no ser mejor en mi trabajo, por no ser mejor mujer,
por comer en demasía, por tantas y tantas cosas, que ya por suerte y muchísimo trabajo personal, casi ni recuerdo. Aquí
queda mi homenaje a La Culpa
CULPAMÍA
Alta y espigada, Culpamía, es una
anciana de piel arrugada y pálida como la porcelana, que aparece en mi camino más a menudo de
lo que yo quisiera. Es silenciosa, apenas habla entre susurros,
rebelándome secretos propios que me atormentan. Tiene un semblante triste, jamás
la vi sonreír, de ojos caídos y profundos, capaces de ver a través de mí para juzgarme sin compasión. Sus pómulos marcados, y su cabello plateado recogido
de forma elegante, le dan un aire noble. Siempre la encuentro envuelta en un fino vestido
negro que le cubre por completo, dejando distinguir un cuerpo enjuto,
esquelético, con manos finas, bien cuidadas, de largos dedos y uñas pulcras. A
veces, noto el leve tacto de su mano en mi nuca y siento el frío gélido de su
piel recorriéndome el espinazo. Otras veces, siento su aliento susurrándome
suavemente en mis oídos con su voz ligera como el viento, pero afilada como un puñal, de ritmo lento y melodioso, que acaba por meterse y asentarse en mi
cabeza acusándome una y otra vez. Es sabia, pues conoce las palabras exactas
para aterrorizarme y a pesar de ser una anciana, su memoria es infinita, no hay
nada que no recuerde, ya que no logra olvidar.
A veces ni siquiera la veo venir, se
acerca sigilosa, escondida tras de mí, como un fantasmagórico espectro para después, desaparece tal y como ha llegado. Otras veces me persigue y por mucho que pretenda
huir, ella puede ser más rápida de lo que jamás logré imaginar. Es ágil, a
pesar de su aspecto, sus largos pasos gráciles, apenas rozan el suelo, es
imposible eludir su presencia. He
intentado enfrentarme a ella, echarla de mi camino, repudiarla, ignorarla,
incluso, en muchas ocasiones, la he empujado a conocer otras personas, pero
sabe cómo encontrarme nuevamente.
Su manifestación siempre acaba por
agotarme, así que hoy he decidido dirigirme a su persona y me ha confesado que
se siente sola, que hace tiempo perdió a Miperdón, compañero en el viaje de su
vida. Ella cree que lo tengo secuestrado en mi corazón, encadenado y
agonizando, apenado por su aislamiento y por mi condena, así que, Culpamía, lleva
años intentando librarle, pero yo siempre la he relegado, exiliado, maltratado
y abandonado, incluso he huido intentando esquivar su presencia, pero ella está
ligada incondicionalmente a su amor por Miperdón.
Así que he escudriñado, registrado, rebuscado, examinado y escarbado, en
lo más profundo de mí, para encontrarlo asustado en la oscuridad, pues un día
entró a curiosear y mis miedos y fantasmas lo encarcelaron. Solo una fina
voz era su alimento, su amiga y eterna pareja, que luchaba contra viento y marea
por abrir una puerta, una ventana, una salida por donde salvar a Miperdón.
Hoy le he devuelto su preciada libertad y he visto como
Culpamía y Miperdón se han fusionado en un fuerte e íntimo abrazo para después
marcharse unidos de la mano. Desde lo lejos me han saludado sonriente y me han
asegurado que nos volveremos a encontrar.
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