viernes, 25 de octubre de 2019

EL ÚLTIMO VIAJE


EL ÚLTIMO VIAJE


Rondan los 30 grados, pero desde la distancia, llega una ligera brisa que suaviza el ambiente. Apenas quedan unos minutos para que el sol desaparezca y Sara no deja de admirar el paisaje que tiene frente a sus ojos negros. No es capaz de ver en el horizonte la otra orilla de lo que llaman el Mar Mediterráneo, una masa de aguas tranquilas que llega a los pies de la pequeña niña de 7 años, mojándoselos y enterrándolos bajo la blanca y fina arena. Sara jamás había visto algo tan hermoso, divino y a la vez tan perturbador. Mientras se alisa su mejor camisa y se quita el cabello de los ojos, escucha el sonido de las olas rompiendo en tierra firme, una canción de cuna para su diminuto corazón. A su espalda, a tan solo unos metros, está su madre Lina, conocida en su comunidad como Lina, la peluquera. Ella, mira con ilusión e incertidumbre al infinito, buscando una señal de su nuevo futuro, el cual, se encuentra a solo unas horas, donde su esposo Samir les espera para reunir a la familia en su nuevo hogar, donde volverá a trabaja peinando a sus vecinas, donde, por fin, podrá olvidar los horrores de la guerra.

Sara tiene la piel aceituna y cabello castaño, es dulce, inteligente y valiente, la vida la ha hecho crecer antes de tiempo. Está deseando narrarle a su padre su gran aventura, de cómo salieron de casa con un par de mochilas en las que guardaron lo puesto y miles de fotografías para no olvidar toda una vida, quiere explicarle lo valiente que ha sido durante los bombardeos en las noches más oscuras, pues ya no llora, ni se asusta cuando los edificios desaparecen bajo una nube de polvo, quiere hablarle de Mazen, un buen hombre que les dio cobijo, alimento durante tres días y les facilitó dos billetes para ir en barco a Europa, quiere presentarle a su nueva mejor amiga, Fátima, que le acompañará en este último viaje, quiere que su padre se sienta orgulloso al ver las notas que ha obtenido este último curso… De repente sus deseos se ven interrumpidos por la voz de su madre al reclamarle para que vuelva a su  lado.

Es la hora, ya ha anochecido y un centenar de personas se dirigen silenciosas y con rapidez en la oscuridad hacia la orilla, donde les espera una barca neumática que apenas se distingue en la penumbra. Sara está segura de que los llevará a un gran barco donde por fin podrá asearse, descansar y disfrutar antes de abrazar a su padre, antes de llegar a Europa.

Pasan las horas, pero Sara no consigue ver el navío que los recogerá a todos. Las suaves olas que llegaban a la orilla, ahora provocan náuseas y mareos a muchos de los pasajeros que acaban por vomitar en el mar. El frío y la humedad se introduce en los huesos de las 100 almas que se encuentran a la merced del viento que comienza a soplar con fuerza, bamboleando la embarcación de un lado al otro, aterrando a hombres, mujeres y niños por igual. La noche parece hacerse eterna, pero como cada día, el sol acaba por despertar, mostrando a lo lejos la tierra que tanto ansían, una tierra de nuevas oportunidades. Todos lo celebran inquietos, deseando abandonar aquel trozo de plástico negro lleno de centenares de parches que, en cualquier momento, puede desapareces bajo las fauces del mar.
Sara cree distinguir una figura a lo lejos, desea que sea su padre esperándoles en la playa. Es la única que por un instante sonríe.

De pronto, alguien salta del bote, le sigue otro y después dos más, intentan desesperados alcanzar la orilla que apenas está a 200 metros. En la playa, comienzan a levantarse los bañistas que miran con curiosidad.

Cada vez hay más movimiento y la balsa se desestabiliza, tirando a sus pasajeros a las frías aguas del Mediterráneo. Sara intenta mantenerse a flote buscando a su madre, pero el mar las separa en cada ir y venir. Ya no se oye la canción de cuna para el corazón, los gritos y el llanto de los que intentan luchar por sobrevivir lo inunda todo.

Sara recuerda como su padre le enseñó a nadar en la piscina de su tío hace tiempo, mueve brazos y piernas con todas sus fuerzas hacia la costa. Su boca se llena una y otra vez de agua salada, apenas puede abrir los ojos y las articulaciones le arden. Va perdiendo en cada brazada lo poco que le queda, zapatos, ropa y fuerza. Entonces se hace el silencio y siente un dolor agudo en el pecho, miles de agujas se clavan en su fino cuerpo, la presión en sus pulmones se hace insoportable y en un definitivo y agónico instante consigue abrir los ojos para encontrarse, rodeada de un millón de fotografías desperdigadas a su alrededor. En una de ellas, puede ver a su padre y a su madre frente a la casa de pequeño jardín en la que vivían, sonriéndole, acompañándole en su último e inútil esfuerzo por respirar.

Finalmente, el cuerpo pálido y sin vida de Sara llega semi desnudo a la playa, rodeado de miles de retratos y recuerdos mojados. Algunos cuerpos todavía flotan en el mar, el de su madre descansa en el fondo marino, donde se ha unido a los que murieron unos días antes. Mientras en la playa algunas personas ayudan a otras a salir del agua, son los pocos supervivientes que todavía tendrán que luchar por un lugar en este nuevo mundo, otros lloran la desgracia de los desconocidos traídos por el mar, algunos sacan sus móviles para retratar semejante tragedia, unos pocos observan con las manos en los bolsillos desde la distancia lo que allí ha ocurrido y otros desvían la mirada, ignorando como los gobiernos y el mar se ha cobrado nuevamente vidas inocentes.

miércoles, 2 de octubre de 2019

¿ME AYUDAS? TE AYUDO


¿ME AYUDAS? TE AYUDO



Si no me equivoco, procedente del latín la palabra adiutare, significa ayudar, respaldar, complacer, relacionada a su vez con joven, agradable y gracioso. Se asocia con la raíz indoeuropea “yeu” es decir fuerza juvenil.


Somos una especie animal de carácter social, es decir, que hemos necesitado, para la supervivencia de cada individuo y la totalidad de la raza humana, relacionarnos con los demás a lo largo de toda la historia. Dentro de esta capacidad de relación innata, nos encontramos con la forma de convivencia más generosa que es la ayuda.
Reconozcamos, que en el día a día, en muchas ocasiones y a pesar de nuestros intentos y esfuerzos, o como dirían algunos, a pesar de nuestra cabezonería, no somos capaces de lograr con éxito nuestros deseos o ideas, tales y tan simples como colgar un cuadro, montar un armario, atarse una cremallera en la espalda, mover un mueble, sacar un sofá por la puerta… Porque hay cosas, que están hechas para hacerlas entre dos, tres, cuatro o miles de personas unidas, o sencillamente, no sabemos cómo hacerlas, pues nadie ha nacido con el don del conocimiento absoluto, aunque siempre hay alguno que se lo crea.
Cuando nos encontramos ante estas situaciones de frustración propia, lo mejor es aceptar una pequeña derrota y buscar alguien de confianza que nos guíe, nos acompañe y nos respalde, en definitiva, que nos ayude. Y destaco la palabra confianza, porque a todos nos cuesta aceptar nuestras incapacidades para hacerlo todo solos, ya que es lo que se nos ha vendido para considerarnos personas triunfadoras, no nos gusta asumir nuestras debilidades ante nosotros mismos y mucho menos ante los demás, aunque en realidad nuestros mayores errores se convertirán en nuestros grandes aprendizajes y se nos ha enseñado, desde la más tierna infancia, que la vida es una gran carrera en la que si no compites te devorarán a la mínima, sin embargo, lo cierto, es que somos parte del grupo y del mundo, no su enemigo. Por eso, es tan importante la creencia, la seguridad de que el otro no se aprovechará, al aceptar en prestar su respaldo con más o menos entusiasmo, de nuestra necesidad para creerse por encima de nosotros, con aires de grandeza, dejando pasar el tiempo, obligándonos a recordarle nuestra “dependencia”, humillándonos haciéndonos sentir inferiores, aunque sea de forma inconsciente. Esa fe, se basa muchas veces en que “las palabras no se las lleve el viento” ya que, si no se cumple con las promesas de ayuda, por muy simples, absurdas o ridículas que puedan parecer, el supuesto ayudante a la larga se convertirá en alguien en el que no se puede confiar, en alguien que miente porque su palabra no vale un real.

En otras ocasiones del día a día, en los que no reconocemos que necesitamos que nos echen una mano, o todavía no ha llegado el momento porque estamos intentando conseguir algo de motu propio, algo, por cierto, fundamental en el desarrollo del aprendizaje, ocurre que dejamos expuestas nuestras incapacidades, y puede suceder que alguien, normalmente también de confianza, se ofrezca a ayudarnos. Esta ofrenda debe ser desde la parte más sincera y generosa de nuestro cerebro emocional, no de la parte más egoísta, en la que por unos momentos puedes sentirte más poderoso, fuerte o sabio a precio de sojuzgar y empequeñecer al otro con frases con rin tin tin con “te ayudo”, “tu no sabes”, “quita, mejor lo hago yo” ….
Este concepto correcto de ayuda se puede extrapolar a miles de situaciones entre países, etnias, minorías, grupos o individuos , porque si consiguiéramos llegar al consenso de que pedir ayuda no es de débiles, no es de ignorantes,  sino de sabios, si nos diéramos cuenta que deberíamos sentirnos honrados por que se requiera de nuestro favor y si lográramos, entender que nuestra ayuda es la más altruista de nuestras capacidades, tal vez, se generaría una gran cadena de favores infinita que acabaría con muchos de nuestros problemas como especie.