Rondan los 30 grados, pero desde la
distancia, llega una ligera brisa que suaviza el ambiente. Apenas quedan unos
minutos para que el sol desaparezca y Sara no deja de admirar el paisaje que
tiene frente a sus ojos negros. No es capaz de ver en el horizonte la otra orilla
de lo que llaman el Mar Mediterráneo, una masa de aguas tranquilas que llega a
los pies de la pequeña niña de 7 años, mojándoselos y enterrándolos bajo la
blanca y fina arena. Sara jamás había visto algo tan hermoso, divino y a la vez
tan perturbador. Mientras se alisa su mejor camisa y se quita el cabello de los
ojos, escucha el sonido de las olas rompiendo en tierra firme, una canción de
cuna para su diminuto corazón. A su espalda, a tan solo unos metros, está su
madre Lina, conocida en su comunidad como Lina, la peluquera. Ella, mira con
ilusión e incertidumbre al infinito, buscando una señal de su nuevo futuro, el
cual, se encuentra a solo unas horas, donde su esposo Samir les espera para
reunir a la familia en su nuevo hogar, donde volverá a trabaja peinando a sus
vecinas, donde, por fin, podrá olvidar los horrores de la guerra.
Sara tiene la piel aceituna y cabello
castaño, es dulce, inteligente y valiente, la vida la ha hecho crecer antes de
tiempo. Está deseando narrarle a su padre su gran aventura, de cómo salieron de
casa con un par de mochilas en las que guardaron lo puesto y miles de
fotografías para no olvidar toda una vida, quiere explicarle lo valiente que ha
sido durante los bombardeos en las noches más oscuras, pues ya no llora, ni se
asusta cuando los edificios desaparecen bajo una nube de polvo, quiere hablarle
de Mazen, un buen hombre que les dio cobijo, alimento durante tres días y les facilitó
dos billetes para ir en barco a Europa, quiere presentarle a su nueva mejor
amiga, Fátima, que le acompañará en este último viaje, quiere que su padre se
sienta orgulloso al ver las notas que ha obtenido este último curso… De repente
sus deseos se ven interrumpidos por la voz de su madre al reclamarle para que
vuelva a su lado.
Es la hora, ya ha anochecido y un
centenar de personas se dirigen silenciosas y con rapidez en la oscuridad hacia
la orilla, donde les espera una barca neumática que apenas se distingue en la
penumbra. Sara está segura de que los llevará a un gran barco donde por fin
podrá asearse, descansar y disfrutar antes de abrazar a su padre, antes de
llegar a Europa.
Pasan las horas, pero Sara no
consigue ver el navío que los recogerá a todos. Las suaves olas que llegaban a
la orilla, ahora provocan náuseas y mareos a muchos de los pasajeros que acaban
por vomitar en el mar. El frío y la humedad se introduce en los huesos de las
100 almas que se encuentran a la merced del viento que comienza a soplar con
fuerza, bamboleando la embarcación de un lado al otro, aterrando a hombres,
mujeres y niños por igual. La noche parece hacerse eterna, pero como cada día,
el sol acaba por despertar, mostrando a lo lejos la tierra que tanto ansían,
una tierra de nuevas oportunidades. Todos lo celebran inquietos, deseando
abandonar aquel trozo de plástico negro lleno de centenares de parches que, en
cualquier momento, puede desapareces bajo las fauces del mar.
Sara cree distinguir una figura a lo
lejos, desea que sea su padre esperándoles en la playa. Es la única que por un
instante sonríe.
De pronto, alguien salta del bote, le
sigue otro y después dos más, intentan desesperados alcanzar la orilla que
apenas está a 200 metros. En la playa, comienzan a levantarse los bañistas que
miran con curiosidad.
Cada vez hay más movimiento y la
balsa se desestabiliza, tirando a sus pasajeros a las frías aguas del Mediterráneo.
Sara intenta mantenerse a flote buscando a su madre, pero el mar las separa en
cada ir y venir. Ya no se oye la canción de cuna para el corazón, los gritos y
el llanto de los que intentan luchar por sobrevivir lo inunda todo.
Sara recuerda como su padre le enseñó
a nadar en la piscina de su tío hace tiempo, mueve brazos y piernas con todas
sus fuerzas hacia la costa. Su boca se llena una y otra vez de agua salada,
apenas puede abrir los ojos y las articulaciones le arden. Va perdiendo en cada
brazada lo poco que le queda, zapatos, ropa y fuerza. Entonces se hace el silencio
y siente un dolor agudo en el pecho, miles de agujas se clavan en su fino
cuerpo, la presión en sus pulmones se hace insoportable y en un definitivo y agónico
instante consigue abrir los ojos para encontrarse, rodeada de un millón de
fotografías desperdigadas a su alrededor. En una de ellas, puede ver a su padre
y a su madre frente a la casa de pequeño jardín en la que vivían, sonriéndole,
acompañándole en su último e inútil esfuerzo por respirar.
Finalmente, el cuerpo pálido y sin
vida de Sara llega semi desnudo a la playa, rodeado de miles de retratos y
recuerdos mojados. Algunos cuerpos todavía flotan en el mar, el de su madre
descansa en el fondo marino, donde se ha unido a los que murieron unos días
antes. Mientras en la playa algunas personas ayudan a otras a salir del agua,
son los pocos supervivientes que todavía tendrán que luchar por un lugar en
este nuevo mundo, otros lloran la desgracia de los desconocidos traídos por el
mar, algunos sacan sus móviles para retratar semejante tragedia, unos pocos
observan con las manos en los bolsillos desde la distancia lo que allí ha
ocurrido y otros desvían la mirada, ignorando como los gobiernos y el mar se ha
cobrado nuevamente vidas inocentes.
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