¿ME AYUDAS? TE AYUDO
Si no me equivoco, procedente del latín la palabra adiutare,
significa ayudar, respaldar, complacer, relacionada a su vez con joven,
agradable y gracioso. Se asocia con la raíz indoeuropea “yeu” es decir
fuerza juvenil.
Somos una especie animal de carácter social, es decir, que
hemos necesitado, para la supervivencia de cada individuo y la totalidad de la
raza humana, relacionarnos con los demás a lo largo de toda la historia. Dentro
de esta capacidad de relación innata, nos encontramos con la forma de
convivencia más generosa que es la ayuda.
Reconozcamos, que en el día a día, en muchas ocasiones y a
pesar de nuestros intentos y esfuerzos, o como dirían algunos, a pesar de
nuestra cabezonería, no somos capaces de lograr con éxito nuestros deseos o
ideas, tales y tan simples como colgar un cuadro, montar un armario, atarse una
cremallera en la espalda, mover un mueble, sacar un sofá por la puerta… Porque
hay cosas, que están hechas para hacerlas entre dos, tres, cuatro o miles de
personas unidas, o sencillamente, no sabemos cómo hacerlas, pues nadie ha
nacido con el don del conocimiento absoluto, aunque siempre hay alguno que se
lo crea.
Cuando nos encontramos ante estas situaciones de frustración
propia, lo mejor es aceptar una pequeña derrota y buscar alguien de confianza que nos guíe, nos acompañe y nos respalde, en definitiva,
que nos ayude. Y destaco la palabra confianza, porque a todos nos cuesta
aceptar nuestras incapacidades para hacerlo todo solos, ya que es lo que se nos
ha vendido para considerarnos personas triunfadoras, no nos gusta asumir
nuestras debilidades ante nosotros mismos y mucho menos ante los demás, aunque
en realidad nuestros mayores errores se convertirán en nuestros grandes
aprendizajes y se nos ha enseñado, desde la más tierna infancia, que la vida es
una gran carrera en la que si no compites te devorarán a la mínima, sin
embargo, lo cierto, es que somos parte del grupo y del mundo, no su enemigo.
Por eso, es tan importante la creencia, la seguridad de que el otro no se
aprovechará, al aceptar en prestar su respaldo con más o menos entusiasmo, de
nuestra necesidad para creerse por encima de nosotros, con aires de grandeza, dejando
pasar el tiempo, obligándonos a recordarle nuestra “dependencia”, humillándonos
haciéndonos sentir inferiores, aunque sea de forma inconsciente. Esa fe, se
basa muchas veces en que “las palabras no se las lleve el viento” ya que, si no
se cumple con las promesas de ayuda, por muy simples, absurdas o ridículas que
puedan parecer, el supuesto ayudante a la larga se convertirá en alguien en el
que no se puede confiar, en alguien que miente porque su palabra no vale un
real.
En otras ocasiones del día a día, en los que no reconocemos
que necesitamos que nos echen una mano, o todavía no ha llegado el momento
porque estamos intentando conseguir algo de motu propio, algo, por cierto,
fundamental en el desarrollo del aprendizaje, ocurre que dejamos expuestas
nuestras incapacidades, y puede suceder que alguien, normalmente también de
confianza, se ofrezca a ayudarnos. Esta ofrenda debe ser desde la parte más
sincera y generosa de nuestro cerebro emocional, no de la parte más egoísta, en
la que por unos momentos puedes sentirte más poderoso, fuerte o sabio a precio
de sojuzgar y empequeñecer al otro con frases con rin tin tin con “te ayudo”,
“tu no sabes”, “quita, mejor lo hago yo” ….
Este concepto correcto de ayuda se puede extrapolar a miles
de situaciones entre países, etnias, minorías, grupos o individuos , porque si
consiguiéramos llegar al consenso de que pedir ayuda no es de débiles, no es de
ignorantes, sino de sabios, si nos
diéramos cuenta que deberíamos sentirnos honrados por que se requiera de
nuestro favor y si lográramos, entender que nuestra ayuda es la más altruista
de nuestras capacidades, tal vez, se generaría una gran cadena de favores
infinita que acabaría con muchos de nuestros problemas como especie.
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