martes, 26 de diciembre de 2017

EL SACO

EL SACO

Hace muchos años, en una hermosa aldea donde todos los habitantes vivían en armonía, llegó desde muy lejos un viejo comerciante que había viajado por todo el mundo y vendía artículos de todo tipo. Uno de esos extraños productos era un diminuto saquito de tela que escondía un gran secreto, aunque era pequeño, en el podías guardar todo lo que quisieras, ya que conforme se llenaba iba creciendo y creciendo sin fin. 

A un joven de la aldea le pareció interesante aquel curioso artículo y por tan sólo unas monedas se hizo con el. El comerciante le insistió que era una gran adquisición si sabía utilizarla correctamente, pero conllevaba también una responsabilidad, ya que debía cerrarlo cada vez que lo usara porque si no lo hacía, seguiría creciendo tanto el saco como lo que contenía. 
El protagonista de esta historia se fue a su casa tan contento por haber conseguido lo que para el parecía un tesoro. Lo guardó en un pequeño cajón pensando el uso que le podría dar pero pasado un tiempo se olvidó de el. 

Los siguientes meses el joven trabajó duramente pero el poco tiempo que tenía libre lo disfrutaba con sus amigos y su familia. Lo cierto es que era un muchacho muy sociable, hablaba con todo el mundo, siempre estaba dispuesto a ayudar a los demás ya que tenía un gran corazón. 
Un día , después de trabajar en el campo, volvió a su casa y se encontró la puerta abierta, al entrar vio que alguien le había robado gran parte de sus pertenencias, todo por lo que había luchado había desaparecido. Jamás pensó que alguien pudiera robar en aquella aldea donde todos se conocían y en ese momento empezó a dudar y a sospechar de sus propios vecinos. Desde ese día ya no los trato igual, estaba convencido de que había sido uno de ellos y lo cierto es que no se equivocaba, ya que en pocas semanas descubrió que el ladrón no sólo había sido su vecino más cercano sino que además era su mejor amigo. Aquello le lleno de tristeza, decepción e ira. El joven dicharachero empezó a ver el mundo con desconfianza, en su corazón había germinado la sombra del odio. Ya no salía tan a menudo de su casa y siempre que lo hacía la cerraba a cal y canto, ya no saludaba a todos como antes y empezó a sospechar que todos estaban en su contra. 
Un día, ordenando su casa, encontró el pequeño saco que había comprado unos años antes al viejo comerciante y se le ocurrió guardar en él algunos de los sentimientos que le estaban corroyendo el alma. Guardó la tristeza, la desconfianza y la ira que con el tiempo habían crecido dentro de él. Al principio parecía no caber, pero enseguida vio como crecía sin problemas. El muchacho se sintió algo más aliviado y dejó de nuevo el saco en un armario, ya que no cabía en el cajón pero se olvidó de cerrarlo y el saco y todo lo que contenía se fueron haciendo cada día mas grande. 
Pasaron los años y el muchacho se convirtió en un hombre, había perdido parte de su alegría, su carácter se había agriado con el tiempo y muchos de los amigos que tenía los había perdido por culpa la desconfianza y el orgullo. 
Este pequeño cambio en solo una persona afectó a todos ,ya que contagió la tristeza, odio e ira a todos los habitantes de la aldea. Los rumores empezaron a correr por las calles haciendo lo mejor que saben hacer, destrozar amistades a través de las mentiras. A nadie se le ocurrió pensar que no eran ciertos, simplemente aceptaban que lo que uno decía, que había dicho el vecino, que se lo había oído decir al de la esquina era una verdad como una catedral.

Pasaron los años y la relación de los habitantes de la aldea comenzó a ser complicada, había discusiones, peleas e incluso había familias que habían dejado de hablarse.

El personaje de nuestra historia ya empezaba ha estar mayor y la sombra que años antes había germinado en su corazón había crecido de tal manera que lo había convertido en un viejecito huraño y solitario al que nadie hablaba ya. Llegó un tiempo en que apenas salía de casa, la desconfianza era tal que no se atrevía a cruzarse con nadie, pasaba las horas ordenando sus viejos trastos y un día al abrir un armario se encontró con un gran saco abierto, rebosante de odio, ira y tristeza, tan grande que ocupaba todo el armario. Entonces recordó qué era, su pequeño saquito en el que había guardado parte de sus sentimientos pero que había olvidado cerrar dejándolo que crecieran, crecieran y crecieran, aumentándose unos a otros. Intentó cerrarlo pero ahora era tan grande que no tenía suficiente fuerza para estirar de las cuerdas que lo cerrasen...

.... ¿Que creéis que pasó ? Ayudarme a encontrar el final. 

Puede, que como no consiguiera cerrar el saco, se le ocurriese sacar el odio, la ira y la tristeza para hacerles frente y entonces el saco volviese a hacerse de nuevo pequeño, ablandando el corazón del viejo que pudo encontrar la fuerza para perdonar y pedir perdón. 

O puede que no consiguiese cerrar el saco, ni se le ocurriese sacar nada de el, y siguió y siguió creciendo tanto que en día era ya tan grande que el viejo cayó dentro y el odio lo devoró sin que nadie lo echara de menos. 

O puede que consiguiese cerrar el saco y viviese el resto de sus días solo y amargado, recordando que los tiempos pasados fueron mejores.


domingo, 10 de diciembre de 2017

EN NAVIDAD

EN NAVIDAD



Rubén era un muchacho de 17 años que vivía con su madre en un barrio de las afueras de una gran ciudad. Sus padres se habían separado hacía varios años y aunque fue una separación amistosa y sin demasiados dramas, Rubén jamás había perdonado a su madre que hubiera permitido que su padre se marchara a otro país. Desde hacía años se comportaba de forma rebelde, contestaba a su madre por cualquier excusa, se saltaba las clases en el instituto e incluso había noches en las que ni siquiera volvía a casa a dormir.
Sólo pensaba en estar de fiesta con sus amigos y en conocer chicas. La convivencia con Rubén se había vuelto insoportable, pero su madre , que era una buena mujer, intentaba quitarle hierro al asunto, pues sabía que en el fondo tenía buen corazón y que estaba pasando por una época difícil al no tener a su padre cerca. Esperaba que con el tiempo, su querido hijo, volviera por el buen camino, volviera a ser de nuevo él.

Unas Navidades, cuando Rubén estaba a punto de cumplir los 18 años, cogió un pequeño macuto con algunas pertenencias, el dinero que su padre le había dejado para la universidad y dejó una nota a su madre : "me voy, no me busques".
Y así, sin despedidas y sin penas, Rubén dejó las llaves en la mesa del comedor, salió de su hogar y cerró la puerta con fuerza para no volver jamás.

Su madre no cesó de buscarle en los siguientes meses pero con el tiempo, se dio cuenta que le era imposible encontrar al que no quiere ser encontrado. Intentó retomar su rutina con la esperanza de que su hijo algún día volviera, al fin y al cabo se había ido por su propio pie. No pasaba un día en que su corazón se acelerara con fuerza al oír el sonido del teléfono, incluso cuando salía a la calle, a veces, le parecía verlo en alguna esquina y salía corriendo tras él pero cuando cruzaba la calle su figura ya no estaba.

Mientras tanto Rubén, se dedicaba a vivir en casa de algunos amigos, iba de fiesta en fiesta cuando se le antojaba, en pocas  palabra, hacía lo que quería, a penas se acordaba de su madre y mucho menos de el hombre que le había abandonado unos años antes.

Los primeros meses fueron geniales, rodeado de sus amigos, conocía gente nueva con sus mismas ganas de exprimir la vida y la cantidad de dinero que tenía, le permitía ser generoso con los que creía que eran sus colegas. Vivía sin normas, sin límites, sin deberes.

Pero pasado un año, todas aquellas puertas que al principio se encontró abiertas se fueron cerrando de una en una, sus amigos se cansaron de su cara dura, de su chulería y reproches porque tuvieran que trabajar para vivir, trataba a todo el mundo como si fueran sus criados y aquella generosidad de los primeros meses había desaparecido como el dinero de Rubén y sus amistades.

Y así es como Rubén, ya con casi 19 años se vio sólo, en la calle y sin amigos pero  él, que le sobraba orgullo, se sentía superior a los demás, pensó que era una oportunidad para conocer mundo y vivir la vida. Se dedicó un tiempo a viajar a cualquier lugar que le llevaran gratis y para comer, tan sólo le hacía falta sentarse en una buena zona y ponerse a pedir. Se dio cuenta que durante los periodos vacacionales conseguía suficiente dinero para utilizarlo en albergues las noches más frías. Al fin y al cabo quería disfrutar, divertirse y no pasar las noches gélidas a la intemperie.

Rubén, el muchacho al que no le había faltado cariño, comida y un hogar ahora era un sin techo más y aunque los primeros años no le importó, es más lo disfrutó conociendo mundo, en el Otoño del tercer año lejos de su casa, enfermó de una fuerte neumonía al no encontrar un sitio dónde dormir varias  noches. Fue la primera vez que realmente echo de  menos a su madre, su cariño y sus cuidados.

Aquella idea  se instauró en su mente como un parásito, pensaba en volver durante un tiempo a su casa, tal vez su madre habría cambiado, tal vez la podría perdonar, incluso cuando hacía memoria no creía que fuera tan mala, nunca le había gritado, por lo menos sin razón, reconocía que era paciente y lo cierto es que fue su padre el que se marchó lejos mientras ella siempre estuvo a su lado.

A punto de cumplir los 22 años, apenas quedaba una semana para Navidad, cogió lo poco que le quedaba en su viejo y raído macuto para tomar el camino de regreso a su hogar. Tuvo la gran idea de presentarse en la puerta de su casa antes de la cena de Noche Buena, sería el centro de atención.


Y allí que se presentó, estaba frente a la puerta que unos años había cerrado con tanto ímpetu, se arrepentía de no haberse llevado las llaves, por un momento, antes de llamar, pensó en sus primeras palabras, incluso se imaginó el cálido abrazo de su madre, realmente la añoraba pero cuando fue a llamar al timbre escuchó varias pisadas, risas y jaleo, parecía que había una fiesta. Entonces dio un paso atrás,  le entraron dudas, tal vez no había sido buena idea. Seguía oyendo fuertes carcajadas, su madre no estaba sola y su orgullo le hizo dar tres pasos más hacia atrás, ¿ cómo se atrevía su madre a ser feliz sin él? ¿ a caso le había olvidado? Y pregunta tras pregunta, Rubén daba pequeños pasos que le alejaban de aquella puerta hasta que se encontró de nuevo en la calle.

Caminó por su antiguo barrio y pensó que todavía tenía algún conocido por la zona, se acercaría a los bares que solía regentar y esperaría que apareciera alguno. Sería una noche mítica con sus antiguos amigos. Pero era Noche Buena y las calles estaban vacías, los bares cerrados y el frío empezó  a instalarse en los huesos de Rubén. Se sentó en la entrada de su bar preferido a esperar, intentando resguardarse del frío. A media noche se acomodo un poco y cerró los ojos pensando  en que tal vez debería haber llamado a la puerta de su casa, tal vez su madre si le había echado de menos, tal vez su madre le había perdonado por abandonarla como lo hizo su padre, tal vez....

Su orgullo desapareció mientras se quedaba dormido, pensando en cómo pedir perdón, en una de las noches más fría del año. A la mañana siguiente, la noticia de que había un joven escuálido con el pelo enmarañado y sucio muerto en la calle, corrió como la pólvora por el barrio. Nadie sabía quien era, nadie le echó en falta, excepto una buena mujer, que desde hacía varios años, seguía poniendo cada día un plato de más en la mesa, esperando el regreso de su hijo.

martes, 5 de diciembre de 2017

AKILES

AKILES


Había una vez un precioso perro llamado Akiles que vivía con una familia muy especial a la que cuidaba y daba muchas alegrías. Le gustaba jugar con las pelota,  cuidar de sus dueñas y si en algún momento las veía tristes, intentaba animarlas dándoles grandes lamentazos en la cara, como si fueran besos. Vivía en una casa donde se acogían gatos abandonados y Akiles se encargó de darles cariño y cuidarlos como si fueran sus hermanos. Durante 9 años se convirtió en uno más de la familia, hasta que por desgracia enfermó de un sarcoma y murió dejando un vacío y un dolor en los corazones de toda la familia.