domingo, 29 de diciembre de 2019

RUNNING


RUNNING




Hoy como cada día salgo a correr, aunque no me apetezca en absoluto, estoy cansada tras un día duro e intenso, además ya es algo tarde, pero sé que a la vuelta me sentiré renovada, así que busco en mi armario mis nuevas zapatillas equipadas con la última tecnología para absorber y amortiguar los impactos de mis pisadas, con suela gruesa y ergonómica para impulsarme y a la vez tan cómodas y flexibles para poder llevar sin problema el ritmo sin olvidar el maravilloso estilo que tienen. Después de la pasta que me han costado, prácticamente debería correr sin esfuerzo. Cojo mis calcetines reforzados y super transpirables.  Me pongo mi sujetador reductor deportivo, mis mallas de compresión para running y mi camiseta de licra, ligera, opaca y con bandas reflectantes. Busco en el cajón el brazalete para el móvil y ya estoy rápidamente lista para salir a correr.

Salgo del portal y me doy cuenta que en poco rato el sol desaparecerá en el horizonte. Hoy pensaba hacer una ruta nueva que sale del barrio y se mete entre las pistas de los campos y del bosque y como soy bastante cabezona y cuadriculada decido seguir adelante con mi plan.  Estiro un poco antes de empezar, aunque hoy no le pongo mucho empeño.  Comienzo suavemente, hasta que consigo llegar a un buen ritmo mientras respiro sin dificultad. Una de las cosas que más me gustan de correr, es que tras varios minutos me encuentro sola conmigo misma y tengo conversaciones bastante interesantes, pero hoy no puedo dejar de pensar en todo lo que tengo que hacer mañana y pasado mañana.

Llevo 20 minutos corriendo y empiezo a notar algo extraño en mi pie derecho, algo que me molesta, como una rozadura, algo que debería ser imposible con mis ultra-super-carisimas zapatillas y los estupendos calcetines. No es momento de pararse, de frenar y ver que pasa, así que sigo adelante, siempre adelante, como si me persiguieran unos fantasmas. Sea lo que sea, no tiene importancia. Tan solo 10 minutos más tarde el dolor del pie roza la tortura y en un mal paso me da un latigazo la rodilla, pero sigo hacia adelante.

Normalmente, a estas horas hay muchos corredores con los que me cruzo, pero hace rato que ya no veo ninguno, pienso que tal vez esta ruta sea mejor hacerla durante el día. Ya ha oscurecido y apenas veo donde piso, aunque lo cierto es que el silencio es muy agradable.

Ya llevo 45 minutos corriendo, por hoy mas que suficiente porque el dolor del pie y de la rodilla me están matando, aunque me surge una pequeña duda, como no veo ni torta no tengo muy claro por donde volver, pero en vez de volver sobre mis pasos en la oscuridad, sigo adelante, esta vez corro por llegar a casa. Sigo y sigo por lo que a mi me parece una eternidad pero que apenas habrán sido 5 minutos. Empiezo a sofocarme, hace rato que he perdido el ritmo y ya empiezo a cojear, sin embargo, me niego a parar.

Hasta que ya no puedo más, freno en seco y caigo al suelo rendida. La cabeza me da vueltas, hasta que poco a poco mi respiración se normaliza. No entiendo como me ha podido pasar esto, yo que soy tan previsora, calculo mi ruta, llevo le mejor equipación…. No me atrevo a quitarme la zapatilla porque probablemente no pueda volver a ponérmela y según mi móvil, el cual no tiene cobertura, me queda un par de kilómetros para llegar a la carretera y otros dos más para llegar a casa, desde donde me llama telepáticamente la ducha y el sofá. Empiezo a desesperarme un poco, porque todavía me queda un trecho por recorrer, tengo mucha sed y empiezo a tener algo de frio. Sigo con mis pensamientos derrotistas sin darme cuenta de que la luna esta saliendo entre las colinas, una hermosa y gran luna llena que alumbrará mi camino. 

Finalmente admito que tengo que descansar unos minutos y veo que en la orilla del camino hay un pequeño hierbín, así que me tumbo y cierro los ojos, mientras siento la hierba fresca a mi alrededor. Asumo mi pequeña derrota, no pasa nada. Me pongo en pie lentamente y camino sin prisa, cojeando hasta llegar a la carretera. Me duele muchísimo y aún queda la última cuesta. Por allí pasa un coche que se para unos metros más adelante, baja la ventanilla y una cabeza se asoma para preguntarme si estoy bien, mientras me yergo como si no pasara nada, pero esta buena persona ve lo que yo quiero ocultar, el dolor y el cansancio que no quiero admitir. Vuelve a repetirme si necesito ayuda, y esta vez mis hombros se relajan, mi cadera se posiciona hacia el lado izquierdo, bajo la mirada al suelo y admito ante un extraño que necesito ayuda. Se baja del coche, se ofrece a ayudarme a sentarme en el asiento del copiloto y de una bolsa saca una botella de agua. Se me abren los ojos como platos. Cuando sacio mi sed solo soy capaz de decir avergonzada un suave “gracias”. Mi “salvador”, con toda normalidad, me pregunta donde necesito que me lleve y a mi me da reparo molestarle.  Entramos así, en una conversación de besugos en el que el me asegura que no es molestia y yo me muero de vergüenza, pero acabo por confesar donde vivo y lo que me ha pasado.

En cuestión de un ratito de nada, ya estoy frente a la puerta de mi casa junto a un desconocido que me confiesa que a él le pasó algo parecido tan solo hace una semana cuando fue a hacer trekking. Su consejo, fue sencillo, cuando te duela para y cura, cuando no sepas donde estás, vuelve sobre tus pasos, de vez en cuando echa la vista atrás para saber por donde vas, mira por donde pisas no vayas a tropezarte y si te caes, levántate lentamente, pero sobre todo si necesitas descansar para retomar o cambiar tu camino, hazlo, esto no es una carrera.

Llego a mi casa cansada y dolorida, cuando consigo quitarme las zapatillas y los calcetines, que acabo por tirar a una esquina de la habitación me doy cuenta que se me ha abierto una ampolla en el talón tan grande como una nuez. Esto va a tardar en curar unos días, y me voy a la ducha tal como vine al mundo, sin mallas compresoras, ni camisa transpirable, sin sujetador reductor deportivo, sin calcetines reforzados, sin el brazalete y sin el móvil. Me siento sudada, sucia y derrotada pero el agua tibia se lo lleva todo por la tubería. Salgo renovada, relajada y me tumbo en el sofá con la sensación de que hoy he aprendido una gran lección.