MUJER
DEL DESIERTO
Con tez de
caramelo, ojos pardos, sabida y ancestral mirada, de cabello azabache, negro
como la noche, resguardado bajo una vestidura de ligero tejido, ella camina con
los pies descalzos sobre un mar de ardiente arena. Asciende las jorobas de un
desierto inmortal, guiada por las sapiencias de sus antepasados, para volver,
como cada atardecer, a su paraíso, a su hogar, oculto entre los oscilantes y
vivos altozanos, un presente para los moradores del fin del mundo, donde cada
día el sol arremete con fiereza, sin piedad, a una región que parece estéril,
un lugar de gélidos ocasos que dan paso al más fastuoso y sublime espectáculo
estelar.
Con firmes
pisadas, desciende la última ladera de las engañosas dunas, para dejar de ver
un espejismo infinito y poder protegerse bajo la sombra de las altas palmeras que
rodean el vergel milenario, en el cual, generación tras generación, han conseguido
aprender a compartir la vida en baldíos terrenos y donde las mujeres del
desierto luchan y logran, con el mayor de los éxitos, crear vida en tierras agrestes
y yermas.