jueves, 29 de julio de 2021

"PUEBLERINA"

 

“PUEBLERINA”



Soy nacida y criada en la bella y tranquila ciudad de Pamplona. Mis padres me regalaron desde que tengo memoria la condición de “dominguera”, es decir, cada fin de semana y vacaciones nos íbamos con todos nuestros bártulos a la casa familiar de un pequeño pueblo del Pirineo Navarro. La vida me ha llevado a vivir en la actualidad en esa maravillosa y antigua casa, y no es que vivir en un pueblo sea más fácil, cómodo, ni romántico como algunos piensan, de hecho, hay que hacer algunos esfuerzos que no todo el mundo está dispuesto a realizar, ya que por mucho que se les llene la boca a los políticos de turno con el trabajo que realizan para frenar la despoblación, por aquí solo se les ve para posar en las fotos que después salen en los medios de comunicación. A pesar de todo, tiene ciertas ventajas, como la tranquilidad y estar rodeado por un entorno precioso, además de ser lo que en estos momentos quiero y necesito.

Cada fin de semana, festivo y vacaciones los pueblos se llenan de “domingueros”, turistas y visitantes que dan de nuevo vida a las calles casi vacías. Personas en su mayoría, encantadoras y respetuosas, que buscan un cambio de aires, desconectar del estrés laboral, reencontrarse con la familia, pasear por las calles empedradas, admirar las majestuosas casa, andar por las altas montañas y recorrer los tupidos bosques. Pero existe una ruidosa minoría de visitantes y turistas urbanitas que acuden a los pueblos creyéndose ecologistas, animalistas, naturalistas y por encima de todo superiores a los habitantes de los pueblos o como ellos denominan, “pueblerinos”. Les molesta el canto del gallo, las boñigas de las vacas y su olor, el ruido de la cosechadora, el sonido del reloj de la iglesia, la bocina del camión de la carne y de la fruta, y cualquier trabajo que realicen los vecinos. Llegan con sus opiniones y exigencias, tratando a los “pueblerinos” sin respeto, insultando su forma de vida y dándose aires de grandeza, sin percatarse  de que el ganadero en su tiempo libre escribe poesía y pinta como el mejor artista, que el pastor de ovejas hace tiempo dejó su diploma de derecho encerrado en un cajón, que el carpintero es un delicado ebanista, que los hosteleros son habidos lectores, que las amas de casa son las mejores cocineras que te puedes encontrar, que el guarda forestal es un experto en mariposas y fauna, que la comerciante es una bióloga que fabrica sus propios productos, que la estanquera es una maravillosa escritora, que el agricultor posee tanto saber en su cuerpo como cereal en sus campos. Solo hace falta ser observador y asertivo para descubrir que todos y todas nos pueden enseñar grandes lecciones de vida, supervivencia y de historia. Tengo el honor de haber aprendido de mis vecinos a sembrar, cuidar y cosechar parte de mi alimento, a disfrutar de los pequeños detalles, a prescindir de muchas de las cosas innecesarias, se me ha dado la oportunidad de desarrollarme personal y profesionalmente, algo que en una ciudad sería más difícil. Por eso me indigna cuando llegan a los pueblos algunos indeseables sin escrúpulos que aparcan en las puertas de casas ajenas, con sus barbacoas dispuestos a quemar el monte porque según ellos es de todos y que tratan a los habitantes con poca o nula educación y respeto como si fueran sus sirvientes, sabiendo y exigiendo sus derechos, pero olvidando sus deberes y obligaciones. El mundo rural esta repleto de personas sabias, capaces, trabajadoras, amables, cultivadas y cultas, a fin de cuentas, personas, que no se merecen que las traten de atrasados y estúpidos, de hecho, el mundo rural no necesita este tipo de turistas ignorantes. Pueden quedarse en su casa cerrando la puerta con llave y cerrojo porque estoy segura que en el mundo urbanita tampoco serán apreciados.

Lucía Gorría Juárez ( Escritora , pintora, artesana y “pueblerina”)

jueves, 15 de julio de 2021

LAS CALLES DE LA CIUDAD

 

LAS CALLES DE LA CIUDAD




Cuando llega la noche comienza el recital,

el canto del ruiseñor me acompaña en el alfeizar de mi ventana

trasportándome al mundo de los sueños….

 

“Camino tranquila entre la muchedumbre de la ciudad que me vio nacer, recorriendo las calles de su mano, pero en un descuido, tal vez mío, tal vez suyo, tal vez de ambos, quedo tras de él. No consigo ver su hermoso rostro, está borroso, pero sé lo que siento por él. A tres pasos observo su figura, su espalda recta y ancha, su forma perfecta y segura de caminar entre la gente, con su traje plata que tan bien le sienta. Deja a su paso un aroma que me embriaga y me seduce y le sigo allí donde vaya, sin preguntas, como un perrito a su dueño, volcando toda su confianza pensando que nunca le abandonará.

Pero de pronto, comienzo a tener la sensación que la distancia que nos separa es mayor, él ni siquiera se da cuenta, no mira hacia atrás, no me busca. Su perfume se disipa e intento gritar su nombre, pero mi voz se pierde entre la algarabía. Acelero el ritmo, corro y jadeo, pero no consigo alcanzarle.

Nadie sospecharía que soy su mitad, él con traje y corbata, perfumado y bien peinado, yo con ropa de sport, deportivos y una melena mal peinada.

De pronto le pierdo tras una esquina de la que sale una marabunta de gente que me impide el paso y aunque alzo mi cabeza todo lo que puedo, apenas lo consigo distinguir. Acelero de nuevo mis pasos, mientras empujo con fuerza a los desconocidos que me rodean, intento hacerme un hueco, pero no lo consigo.

Veo como cruza calles, se aleja sin sentir siquiera mi ausencia y me irrita. Mis pies se niegan a continuar y él se va, desaparece rápidamente deshaciéndose de mí, como el que se saca una molesta piedra del zapato y continua plácidamente su camino. Tristemente me doy cuenta que hace tiempo que le perdí y le dejo marchar sin dramas, porque los grandes amores también se acaban, se pierden o se marchan y aún así el mundo no se para, la vida no se acaba.

No sé qué hacer, así que recorro de nuevo las calles de una ciudad que conozco como la palma de mi mano, pero esta vez lo hago sola, con otra mirada, con otro punto de vista, sin prisa, redescubriendo escaparates, los aromas de las cafeterías y panaderías, observando con detenimiento los edificios y las caras de los viandantes. Algunos corren como pollo sin cabeza, otros siguen a algunos, otros son los perseguidos y también hay parejas que charlan alegremente, igual que hacía yo.

Cruzo pasos de cebra y me sumerjo en las calles estrechas hasta llegar a un oscuro callejón sin salida, con un apestoso olor a orines y a alcohol. Una sombra surge del fondo, se acerca con movimientos amenazantes hasta pararse frente a mí. Me agarra bruscamente de las muñecas intentando arrastrarme hasta el fondo del callejón, pero me zafo de sus sucias manos, no permitiré que nadie ni nada me arrastre de nuevo a la penumbra. Le empujo con toda mi rabia hasta que se desploma en el suelo. Me giro lentamente y salgo de allí tranquila y empoderada para pasear por mi ciudad.

Me encuentro con amigas a las que hacía tiempo no veía y comparto unos tragos en un bar con encanto mientras nos reímos de nuestros problemas.

Vuelvo a las calles, sin un rumbo fijo, ya ni si quiera me acuerdo del hombre trajeado y caminando llego hasta las afueras de la ciudad, donde los edificios dejan paso a campos sembrados, a bosque de altos árboles y enormes montañas donde hay cientos, miles de caminos por recorrer. El mundo me espera, solo tengo que seguir mis pasos, libre o liberada de ir o volver…”

El día se asoma, el ruiseñor calla,

y yo salgo de mis sueños para oír a los gorriones

revolotear cantando junto al alfeizar de mi ventana.