LAS CALLES DE LA CIUDAD
Cuando llega la noche
comienza el recital,
el canto del ruiseñor
me acompaña en el alfeizar de mi ventana
trasportándome al
mundo de los sueños….
“Camino tranquila entre la
muchedumbre de la ciudad que me vio nacer, recorriendo las calles de su mano,
pero en un descuido, tal vez mío, tal vez suyo, tal vez de ambos, quedo tras de
él. No consigo ver su hermoso rostro, está borroso, pero sé lo que siento por él.
A tres pasos observo su figura, su espalda recta y ancha, su forma perfecta y
segura de caminar entre la gente, con su traje plata que tan bien le sienta.
Deja a su paso un aroma que me embriaga y me seduce y le sigo allí donde vaya,
sin preguntas, como un perrito a su dueño, volcando toda su confianza pensando
que nunca le abandonará.
Pero de pronto, comienzo a
tener la sensación que la distancia que nos separa es mayor, él ni siquiera se
da cuenta, no mira hacia atrás, no me busca. Su perfume se disipa e intento
gritar su nombre, pero mi voz se pierde entre la algarabía. Acelero el ritmo,
corro y jadeo, pero no consigo alcanzarle.
Nadie sospecharía que soy su
mitad, él con traje y corbata, perfumado y bien peinado, yo con ropa de sport,
deportivos y una melena mal peinada.
De pronto le pierdo tras una
esquina de la que sale una marabunta de gente que me impide el paso y aunque
alzo mi cabeza todo lo que puedo, apenas lo consigo distinguir. Acelero de
nuevo mis pasos, mientras empujo con fuerza a los desconocidos que me rodean,
intento hacerme un hueco, pero no lo consigo.
Veo como cruza calles, se
aleja sin sentir siquiera mi ausencia y me irrita. Mis pies se niegan a
continuar y él se va, desaparece rápidamente deshaciéndose de mí, como el que
se saca una molesta piedra del zapato y continua plácidamente su camino.
Tristemente me doy cuenta que hace tiempo que le perdí y le dejo marchar sin
dramas, porque los grandes amores también se acaban, se pierden o se marchan y
aún así el mundo no se para, la vida no se acaba.
No sé qué hacer, así que
recorro de nuevo las calles de una ciudad que conozco como la palma de mi mano,
pero esta vez lo hago sola, con otra mirada, con otro punto de vista, sin
prisa, redescubriendo escaparates, los aromas de las cafeterías y panaderías,
observando con detenimiento los edificios y las caras de los viandantes.
Algunos corren como pollo sin cabeza, otros siguen a algunos, otros son los
perseguidos y también hay parejas que charlan alegremente, igual que hacía yo.
Cruzo pasos de cebra y me sumerjo
en las calles estrechas hasta llegar a un oscuro callejón sin salida, con un
apestoso olor a orines y a alcohol. Una sombra surge del fondo, se acerca con
movimientos amenazantes hasta pararse frente a mí. Me agarra bruscamente de las
muñecas intentando arrastrarme hasta el fondo del callejón, pero me zafo de sus
sucias manos, no permitiré que nadie ni nada me arrastre de nuevo a la
penumbra. Le empujo con toda mi rabia hasta que se desploma en el suelo. Me
giro lentamente y salgo de allí tranquila y empoderada para pasear por mi
ciudad.
Me encuentro con amigas a las
que hacía tiempo no veía y comparto unos tragos en un bar con encanto mientras
nos reímos de nuestros problemas.
Vuelvo a las calles, sin un
rumbo fijo, ya ni si quiera me acuerdo del hombre trajeado y caminando llego
hasta las afueras de la ciudad, donde los edificios dejan paso a campos
sembrados, a bosque de altos árboles y enormes montañas donde hay cientos,
miles de caminos por recorrer. El mundo me espera, solo tengo que seguir mis
pasos, libre o liberada de ir o volver…”
El día se asoma, el
ruiseñor calla,
y yo salgo de mis
sueños para oír a los gorriones
revolotear cantando
junto al alfeizar de mi ventana.
No hay comentarios:
Publicar un comentario