lunes, 23 de septiembre de 2019

VIDA EN MODO CHANDALERA

Porque ser valientes para admitir lo que realmente se quiere no es el problema, porque ser sinceros para aclarar el nombre de las cosas forma parte de la solución… Lucía Gorría Juárez, escritora del libro de relatos EL SENDERO DE UNA VIDA (editorial Hebras de Tinta, 2019 CUARTA EDICIÓN), nos propone esta preciosa y sincera reflexión acerca de cómo nos presentamos al mundo y cómo pensamos en realidad.




Lucía Gorría Juárez. Editorial de autopublicación Hebras de Tinta. Autopublicación literaria
VIDA EN MODO CHANDALERA
No nos engañemos, todas y todos vivimos bajo la influencia de lo que creemos que piensan los demás de nosotros, por mucho que se nos llene la boca de que somos libres y que nos importa un bledo lo que digan de nuestra persona.
Parad un segundo delante de vuestro armario… Abres las puertas, lo recorres lentamente, con pausa y pensando realmente cuál de vuestra ropa es objetivamente la más cómoda y práctica. Probablemente no se encuentra junto a los trajes, ni junto a los vestidos de fiesta, ni junto a las camisas tan bien planchadas, seguramente ni siquiera está en ese armario porque está relegada, sin causa justificada, en el fondo del último cajón: el cual pocas veces sueles abrir y en el que, castigado, se encuentra tu comodín, nunca mejor dicho, para esas tardes de invierno en las que ni se te ocurriría pisar la calle, o en los días que la gripe te obliga a ponerte los más agradable que tienes. Para unos será un chándal viejo y descolorido, para otros unas mallas dadas de sí, para unos pocos serán camisas o jerséis talla XXXXL con un pantalón flojo de algodón, pero lo importante es lo que nos hace sentir: liberación, espacio, deshaogo o como quieras llamarlo. Aunque tienen un pequeño inconveniente: no se te ocurriría arriesgarte a que te vieran con semejante pinta, ni siquiera al ir a tirar la basura, no vaya a ser que el vecino del quinto, del que no sabes ni su nombre, te pille en lo que pudiera parecer tu peor momento.
 Antes muerta que sencilla… se suele decir, por eso tienes unos pantalones pitillo de talle bajo y que apenas te dejan respirar, esos que en verano te parecen una sauna a pesar de tener, estratégicamente, ciertas aberturas en las rodillas pero que, en invierno, te dejan las piernas como carámbanos. Te los enfundas como buenamente puedes en unos segundos junto con una camiseta con un millón de lentejuelas, porque el brilli-brilli está de moda, a sabiendas de que pica un montón. Te calzas unos taconazos que por cada paso que das te quebrantan las piernas, cadera y espalda y te vas a la cafetería de la esquina a por media barra de pan para volver en cuestión de cinco minutos, pero ya no importa encontrarte con el vecino del quinto, con la del tercero ni con los del segundo porque antes de salir te has mirado y remirado en el espejo y estás perfecta. Aquí viene la cuestión: ¿Para quién? ¿Para ti o para los demás?
Yo he llegado a la conclusión de que estamos tan preocupados de lo que pensarán al vernos pasar, tan pendientes por cómo creemos que se nos ve, por cómo pensamos que se nos juzga, porque se supone que la primera impresión es la que cuenta, que la mayoría de las veces simplemente no nos fijamos en los demás, a no ser que estén fuera de la dichosa “norma” o “normalidad”, por lo tanto, tampoco los demás se fijarán en nosotros. Así de simple.
Vuelve a observar con detenimiento tu ropero, plantéate si existe comodidad en llevar las corbatas que tanto te asfixian, en la americana ajustada y hecha a medida que te impide saltar y bailar, en los shorts que estrangulan tus imponentes piernas, en los monísimos sujetadores con puntilla que irritan tu piel, en los monos imposibles de atar por uno mismo, en las medias que se van escurriendo poco a poco, en las camisas de mil botones, en la falda de tubo que te impide mostrar tu agilidad al  subir las escaleras, en los zapatos de caballero que oprimen tus callos, en el dichoso “tanga” del cual es mejor no hablar, en los vestidos de fiesta hechos para posar en las fotos y terribles para sentarte a la mesa, en los zapatos de aguja de diez centímetros que destrozan los pies, en el minibolso donde no caben las tiritas para tus ampollas o en el megamaxisuperbolsón de Mery Poppins que es tan pesado que tu brazo acaba por alargarse un palmo.
¿Dormirías a pierna suelta con alguna de estas prendas o maravillosos complementos? Yo, desde luego que no.  Por eso hoy reivindico la maravillosa idea de vivir en “modo chándal”  o “modo malla” sin ser juzgado o juzgada, en el que puedo bailar y saltar toda la noche en la boda de mi mejor amiga, en el que puedo aguantar el chaparrón de mi jefe que no para de sudar con su traje inmaculado, en el que puedo estar tranquila en los días de viento porque mis bragas de talle alto no estarán a la vista de todos, porque lograré caminar sobre la hierba sin hundirme cual submarino y no parecer un pingüino caminando, por todo esto y porque el papel de regalo no representa los maravillosos regalos que en realidad somos.
Hoy defiendo a capa, espada y con mallas la vida chandalera.

miércoles, 18 de septiembre de 2019

MI CAMISETA

Es fundamental que los medios de cultura borren las estigmatización que sufren hombres y mujeres con depresión. También en la autopublicación existen verdaderas y alentadoras joyas.

Lucía Gorría Juárez es autora del libro de relatos EL SENDERO DE UNA VIDA (editorial Hebras de Tinta, 2018). Este título ha tenido un enorme éxito entre lectores y medios de comunicación, estando ya en su cuarta edición.

Relato: MI CAMISETA


Hebras de Tinta Autora Lucía Gorria Juárez
Lucía Gorría Juárez.
Editorial Hebras de Tinta
—Buenos días, doctor —intento decir con mi mejor cara.
—Buenos días, Lucía, cuénteme cómo se encuentra hoy.
—Pues sigo igual desde hace una semana, me duele el estómago, estoy agotada y no hay alimento o bebida que no vuelva a salir por donde ha entrado. Además, continuo con descomposición.
—De acuerdo. Voy a tomarle la tensión…. Hummm, está bastante baja. Túmbese en la camilla, por favor, desabróchese el pantalón y súbase la camisa. Veamos cómo tiene la tripa… Hummm, sí, sigue igual. Como ya le comenté la semana pasada, usted tiene una gripe muy fuerte y esto forma parte de los síntomas. Siga tomando Ibuprofeno tres veces al día y veremos cómo se encuentra la semana que viene.
Dos días más tarde acudo desesperada a urgencias porque empiezo a defecar sangre, no puedo parar de llorar de lo angustiada que me encuentro. ¡Ya no puedo más! Allí me atiende un amable doctor que me vuelve a recordar que tengo gripe y que me tome un ibuprofeno más. De ahí para casa.
Cuatro días después vuelvo al ambulatorio y resulta que el que está enfermo es mi médico habitual. Me atiende una doctora tan amble como él, pero esta vez, y al mirar mi historial, me dice que, aunque tengo gripe cree conveniente hacerme un análisis de sangre y un cultivo de heces. El resultado llega en unos días.
Tengo salmonelosis. Parece ser que la gripe ha dejado mis defensas por los suelos y estoy abierta a cualquier virus, bacteria o bichito que me quiera matar por dentro.
Cambiemos alguna cosita de esta historia:
—Buenos días, doctor —intento decir con mi mejor cara.
—Buenos días, Lucía, cuénteme cómo se encuentras hoy.
—Pues sigo igual desde hace una semana, me duele el estómago, estoy agotada y no hay alimento o bebida que no vuelva a salir por donde ha entrado. Además, continuo con descomposición.
—De acuerdo. Voy a tomarle la tensión… Hummm, está bastante baja. Túmbese en la camilla, por favor, desabróchese el pantalón y súbase la camisa. Veamos cómo tiene la tripa… Hummm, sí, sigue igual. Como ya le comenté la semana pasada, usted tiene depresión y esto forma parte de los síntomas. Siga tomando alprazolam tres veces al día y veremos cómo se encuentra la semana que viene.
Dos días más tarde acudo desesperada a urgencias porque empiezo a defecar sangre, no puedo parar de llorar de lo angustiada que me encuentro. ¡Ya no puedo más! Allí me atiende un amable doctor que me vuelve a recordar que tengo depresión y que me tome un alprazolam más. De ahí, para casa.
Cuatro días después vuelvo al ambulatorio y resulta que el que está enfermo es mi médico habitual. Me atiende una doctora tan amble como él, pero esta vez, y al mirar mi historial, me dice que, aunque tengo depresión cree conveniente hacerme un análisis de sangre y un cultivo de heces. El resultado llega en unos días.
Tengo salmonelosis. Parece ser que la depresión ha dejado mis defensas por los suelos y estoy abierta a cualquier virus, bacteria o bichito que me quiera matar por dentro.

Reflexión: LAS PERSONAS CON DEPRESIÓN NO SOMOS SERES ANORMALES


Lucía Gorría Juárez. Editorial de autopublicación Hebras de Tinta. Autopublicación literaria
Esto me ha ocurrido en varias ocasiones durante y después de recuperarme totalmente de esta enfermedad, la depresión, pero parece ser que todo lo que me pueda ocurrirme es culpa de la depresión, ansiedad o el estrés; así que lo mejor es solucionarlo subiendo la dosis de ansiolíticos y de antidepresivos. Que me caigo por las escaleras al tropezarme y me rompo un dedo… pues alprazolam; que me sube la fiebre por un catarro… antidepresivo; que tengo dermatitis por el cambio de tiempo… subimos la dosis de alprazolam; que tengo diarrea y vómitos por la maldita salmonelosis y no puedo parar de llorar… pues cambiamos el antidepresivo y volvemos a aumentar el alprazolam.
Entiendo, comprendo y asumo que la depresión es el “principio activo” de muchos síntomas psicosomáticos, pero también sé que por experiencia que alguien con estrés, ansiedad o depresión puede llegar a pillarse un catarro o una gripe como cualquier otra persona, romperse un brazo o tener, en mi caso, una salmonelosis. Después de haber superado con mucho esfuerzo, trabajo y ayuda esta enfermedad mental que es la depresión, tal vez sería conveniente dejar de colgar el San Benito de “persona con depresión para todo”, porque os aseguro que no ayuda nada.
Hemos avanzado muchísimo en los últimos 20 años en cuanto a hablar de temas tabús sobre enfermedades mentales, de hecho, ya no se las oculta por vergüenza a las personas, en las casas o en habitaciones, incluso somos capaces de reconocer que alguien esta “bajo” o “tocado”, por decirlo vulgarmente. Pero todavía queda mucho trayecto por recorrer para dejar de etiquetar a alguien el resto de sus vidas con el nombre de una enfermedad, como si solo fueran eso.
No tengo problemas para reconocer abiertamente por lo que he pasado, por mi proceso depresivo. Es más, me siento orgullosa de ser una de esas miles de millones de personas que consiguen recuperarse y vuelven a tener una vida normal. Bueno, en realidad, una vida mejor, pero en varias ocasiones, y es bastante más común de lo que pensamos, he tenido la sensación de que durante un tiempo he llevado puesta una apestosa camiseta con una frase inscrita: Tengo depresión, por lo que soy especial; trátame como si no entendiera nada. Mis errores son debidos a esta enfermedad y mi opinión no tiene valor. Lo cierto es que una vez que te recuperas, ya te quedas con el San Benito para el resto de tus tiempos y por asociación lo heredan tu pareja o incluso tus descendientes: “Es el marido de…” y “son los hijos de…”
He tenido el placer, la suerte y el honor de encontrarme y coincidir en mi camino con muchas personas en una situación parecida a la mía y tenemos algo en común que hemos llegado a compartir abiertamente: se nos califica como personas que han perdido capacidad para trabajar o incluso, en algunos sectores, somos peligrosas, por lo que la incorporación nuevamente al trabajo ha llegado a ser un fracaso; resulta que cualquier error, despiste o equivocación se mira con muy malos ojos y se nos juzga de antemano.
El valor de nuestras opiniones se pierde completamente y nuestra credibilidad se esfuma por la ventana si vuelves a sonreír o tienes el descaro de ser feliz. Todas y todos hemos llegado a escuchar en un momento, o en más de uno, las dichosas frases de… “eres una exagerada” o… “es que si no pones de tu parte”. Os aseguro que nadie quiere sentir cómo la tristeza extrema le corroe y le pudre por dentro, ni que la vida es un castigo y la muerte la única solución. Nadie quiere tener malestares continuos por la tensión o dolores de cabeza diarios de tanto llorar. Nadie quiere sentir que no vales nada ni la humillación de haber perdido el control de tu vida. Nadie quiere que se le caiga el pelo o tener heridas en la piel de tanto rascarse. Nadie quiere tener miedo a comer, a dormir o a salir a la calle. Nadie quiere despertarse por las noches aterrada y con el corazón a punto de salírsele del pecho. Nadie, realmente nadie quiere tener pánico a vivir… Así que si ponemos de nuestra parte cuando vamos desesperados al médico sin saber qué nos pasa, cuando nos obligamos a salir a la calle aunque sea a tirar la basura, cuando nos escondemos de los ojos de los demás para llorar y no molestar, cuando nos alimentamos a pesar de tener un candado en la garganta, cuando aceptamos la ayuda que se nos ofrece, cuando seguimos al pie de la letra las indicaciones de los médicos a pesar de que no siempre se acierta a la primera con las medicaciones, cuando acudimos  a las sesiones de terapia psiquiátrica durante meses y años, estamos poniendo un poquito más de nuestra parte hasta conseguir que eso sea poner mucho.
Basta ya de identificar y condicionar a una persona por una enfermedad, pues es como si a alguien la tratáramos de forma diferente o la identificáramos por esa enfermedad. ¿Si has pasado una varicela eres una varicelosa?, ¿si un catarro entonces eres una catarrosa?, ¿si una neumonía eres una neumónica? Esto pasa continuamente con personas con enfermedades mentales, personas a las que se las denomina negativamente como depresiva, bipolar, esquizofrénica, anoréxica, bulímica e incluso, una vez, una mujer me contó su experiencia con el cáncer y se convirtió en la cancerosa.
No son enfermedades con patas que viven en el mundo, ni es una característica más, ni tiene por qué ser algo crónico. Para sorpresa de muchos ignorantes, se trata de cosas que se pueden curar o aprender a vivir con ellas con normalidad.
A día de hoy, recuperada, he decidido ponerme mi mejor y más reluciente camisa en la que pone: Soy feliz, aunque haya tenido depresión.

lunes, 2 de septiembre de 2019

EL DEVORADOR DE LOS DESESPERADOS

EL DEVORADOR DE LOS DESESPERADOS




Tal vez, será que a estas fechas no he tenido el lujo de disfrutar de unas vacaciones y me he tragado todas las noticias, vía Internet, vía periódico impreso o vía televisión, pero este verano, me ha llegado al corazón la gran problemática de la emigración, o más bien como yo la describiría, la huida a través del Mar Mediterráneo en condiciones inhumanas.

Me sorprende la dicotomía al ver como cada día, los noticiarios, nos informan de la llegada de hombres, mujeres, niños y niñas a las costas de la ansiada Europa, en el caso, de tener la suerte de haber sobrevivido en un mar que los devora por las noches, o que no les hayan prohibido llegar a puerto seguro, cuando son rescatados por organizaciones humanitarias, por gobiernos a los que se les ha olvidado, que unas décadas atrás tuvieron una suerte parecida cuando los regímenes más diabólicos, masacraron a una gran parte de la población en tierras europeas, para acto seguido escuchar las estadísticas de veraneantes en playas de nuestras costas, pronósticos meteorológicos para la calma de turistas o para poner la guinda al pastel, nos presentas anuncios de maravillosos cruceros a todo lujo por las aguas que entierran cientos de cuerpos en descomposición, los cuales, tiempo atrás, tuvieron un nombre, una familia, una vida.

Nos informan, en un par de minutos, de las cifras de llegada de emigrantes, de la cantidad de muertos o los porcentajes comparativos como si fueran simples sacos de patatas, deshumanizando su existencia y con ella la nuestra, destruyendo así, cualidades esenciales para la supervivencia humana como la compasión, la empatía, el asertividad, la comprensión, la generosidad y la cooperación.

Mientras tanto, los y las turistas tanto nacionales como internacionales, es decir los migrantes ocasionales con dinerito, buscan desesperados, a primera hora de la mañana, un lugar en primera línea de playa para acondicionar su sombrilla y su hamaca made in China, lo suficientemente cerca de la orilla para refrescar sus pies descansados, o  siguen bañándose en las mismas aguas donde muchos congéneres inocentes de la misma especie, han perecido en una agónica soledad o surcan las olas en fastuosos barcos acinados en colmenas flotantes tal cual abejas obreras, esas mismas olas que son las que  surcan las balsas neumáticas recauchutadas de los desesperados.

Es la ironía de la doble moral del ser humano, en la que la mayoría, ya que siempre hay mal nacidos repartidos por el mundo, nos consideramos buenas personas, que deseamos y queremos sinceramente lo mejor para el prójimo, pero sin que nos conlleve un mínimo esfuerzo que nos pueda molestar o incomodar.

Soy consciente de que es muy fácil opinar desde la comodidad de mi hogar, desde la suerte de haber nacido donde he nacido y por supuesto, no poseo en mi saber la solución a esta situación, seguramente lo mejor sería atajar el problema en la propia raíz, para que personas, humanos igualitos a mí, no se vieran en la necesidad de huir en semejantes condiciones extremas y peligrosas, dejando su vida, su familia y su tierra atrás.

Deberíamos ser más conscientes del horror, del trágico trauma por la que pasan los supervivientes, los fallecidos y sus familias, deberíamos dejar de verlos como un simple número  en un papel que se olvidará en cuanto se nos presente el próximo anuncio de vacaciones de ensueño en playas paradisíacas, debemos ponerles un rostro, un nombre real a cada uno de ellos, para que no se conviertan en recuerdos olvidados, para darles a sus almas el valor que se merecen y para no convertirnos al resto, en meros espectadores que engrosan unas audiencias cada vez más insensibles.

En memoria de las más de 35000 hombres, mujeres, niños y niñas desaparecidos y fallecidos entre los cuales:

30/08/17 Identidad Desconocida. (25 mujeres, 95 hombres) Nigeria, desconocido desaparecidos, naufragio frente a la costa de Ben Gardane, Túnez, procedentes de Zuwara, Libia, con dirección a Italia; 1 superviviente

10/06/17 Identidad Desconocida. (6 mujeres; 10 hombres) África 10 ahogados en varios incidentes, desde Libia hacia Italia; 100 desaparecidos, 1650 personas rescatadas ese día

07/05/17 Identidad Desconocida (1 bebé; 9 niños; 40 mujeres) desconocido 11 ahogados después de que la embarcación se hundiera frente a la costa de Libia; 152 desaparecidos, 7 rescatados

13/04/16 Identidad Desconocida (100 niños; 400 adultos) Etio, Sud, Egi, Som, Sir ahogados en el Mediterráneo cuando los traficantes intentaron combinar los migrantes de 2 barcos de Libia y Egipto

19/04/15 Identidad Desconocida. (50 niños; 250 mujeres) Malí, Gambia, S Leona ahogados después de la colisión de un buque cerca de Gergarish, Libia; cientos de personas quedaron atrapadas en la nave

29/06/14 Identidad Desconocida. (45 hombres) Siria, Seneg, Malí, Gam asfixiados en la bodega de un barco de contrabandistas sobrecargado con 600 migrantes africanos a bordo

11/10/13 Identidad Desconocida. (100 niños; 168 adultos) Siria 34 ahogados, barco atacado y hundido a 113 km de Lampedusa (IT), llamada de emergencia ignorada; 234 desaparecidos

06/09/12  N, N (3 bebés; 28 niños) Palestina, Siria, Irak ahogados, embarcación sobrecargada de Ahmetbeyli (TR) hundida en el mar Egeo; 46 supervivientes