jueves, 26 de julio de 2018

FOZ DE BENASA

 FOZ DE BENASA

Hoy no tengo palabras suficiente para expresar la belleza del diminuto mundo que nos rodea,  sobran las palabras.





















LA LIBÉLULA


LA LIBÉLULA

Aquella mañana de verano, el cielo azul desprendía una luz inusual. La claridad lo inundaba todo, cada esquina, cada rincón de las ramas de los tupidos árboles que bailaban al son del animoso viento que se había levantado de madrugada. Los rayos del sol se colaban entre las verdes hojas hasta llegar a un pequeño riachuelo creando un sinfín de reflejos oscilantes.
Una pequeña libélula intentaba sobrevolar el arroyo en contra del viento, lo intentaba una y otra vez sin cesar, poniendo toda su energía en cada aleteo pero por más que insistía le era imposible avanzar. Tras varias horas y casi desfallecida se rindió a su suerte, apenas le quedaban fuerzas para buscar un lugar seguro en la orilla del estrecho regato. Acabó por posarse en una fina hierba y allí quieta, inmóvil y sin esperanza de continuar su camino, permaneció durante horas, hasta que las ráfagas de aire desaparecieron y cierta calma llegó al bosque.
La libélula, a pesar, de haberse rendido unas horas antes, había recuperado sus fuerzas mientras descansaba sobre la hierba y de nuevo intentó volver a recorrer su camino, esta vez sin prisas, buscando lugares para descansar y sin dejar su propia vida en el recorrido.


jueves, 5 de julio de 2018

DESPUÉS DE LA TORMENTA LLEGA LA CALMA

DESPUÉS  DE LA TORMENTA LLEGA LA CALMA




Es Julio en el Prepirineo Navarro y el Verano ha llegado de golpe, dejando atrás una Primavera mas bien fría y lluviosa. Hoy el calor es sofocante, se pega a mi piel como si fuera una babosa que recorre mi cuerpo, dejándome sudorosa y pringosa. A mi alrededor, sólo se escucha el sonido de las chicharras escondidas entre la hierba aún verde. Es un cántico al unísono que oculta los silbidos de los pequeños pájaros posados en las sombras de las pobladas y ancestrales hayas. La luz es tan intensa que apenas puedo abrir los ojos, la mirada del Dios de los antiguos Egipcios lo inunda todo, se cuela entre la espesura de un pequeño bosque en el que apenas encuentro una sombra.

A mis pies, corre un pequeño riachuelo, el suave sonido de la corriente me invita a meter las piernas para buscar alivio. En pocos segundos mis extremidades se quedan sin sentido, el agua procedente de la montaña está fría como el hielo, provocando que mis dedos se contraigan tornándose de un color blanquecino mientras contengo la respiración del susto que me he llevado. El frío recorre mi cuerpo desde las puntas de mis pies hasta la nuca, enraizándome todo el vello y convirtiéndome en una especie de gallina desplumada. Es curioso que un acto tan insignificante haya cambiado en un momento mi percepción de la temperatura. Aguanto unos instantes el shok inicial hasta que voy acostumbrandome a este agua tan pura y entonces la sangre retorna de nuevo a mis pies.
De pronto, surge de entre los arboles, un aliento frío e intenso que empuja al aire cálido que hasta ahora me rodeaba. Miro al cielo aún azul y descubro como un manto de nubes grises se asoman a gran velocidad tras la montaña anunciando la llegada inminente de una tormenta. Las chicharras han enmudecido, el cielo parece romperse, resquebrajarse sobre mi cabeza y el sol ha desaparecido detrás de un cielo casi negro. El viento anunciador ha desaparecido tal como ha llegado, ha seguido su camino, dejando tras de si un aroma a hierba recién cortada, a flores mojadas y a tierra húmeda. Es entonces, cuando una gota de lluvia cae sobre mi rostro y cientos más sobre el cauce del río. Cierro los ojos y escucho como las grandes gotas chocan sobre el agua creando un sonido que me recuerda al aplauso final de una orquesta y al abrirlos veo como cientos de burbujas bailan y explotan entre mis piernas, es una danza orquestada.

En unos minutos todo a terminado, las nubes se han disipado, el cielo vuelve a ser azul, el sol de nuevo brilla con fuerza y de la tierra se evapora el agua creando una fina niebla a ras de suelo. Ya no se escuchan los truenos, ni el silbido de los pájaros, ni las chicharras escondidas. Todo esta en calma durante un par de minutos, hasta que croa una rana cerca de mis pies y acto seguido cientos de ellas salen de sus refugios y cantan para mi.