LA LIBÉLULA
Aquella
mañana de verano, el cielo azul desprendía una luz inusual. La
claridad lo inundaba todo, cada esquina, cada rincón de las ramas de
los tupidos árboles que bailaban al son del animoso viento que se
había levantado de madrugada. Los rayos del sol se colaban entre las
verdes hojas hasta llegar a un pequeño riachuelo creando un sinfín
de reflejos oscilantes.
Una
pequeña libélula intentaba sobrevolar el arroyo en contra del
viento, lo intentaba una y otra vez sin cesar, poniendo toda su
energía en cada aleteo pero por más que insistía le era imposible
avanzar. Tras varias horas y casi desfallecida se rindió a su
suerte, apenas le quedaban fuerzas para buscar un lugar seguro en la
orilla del estrecho regato. Acabó por posarse en una fina hierba y
allí quieta, inmóvil y sin esperanza de continuar su camino,
permaneció durante horas, hasta que las ráfagas de aire
desaparecieron y cierta calma llegó al bosque.
La
libélula, a pesar, de haberse rendido unas horas antes, había
recuperado sus fuerzas mientras descansaba sobre la hierba y de nuevo
intentó volver a recorrer su camino, esta vez sin prisas, buscando
lugares para descansar y sin dejar su propia vida en el recorrido.
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