domingo, 10 de diciembre de 2017

EN NAVIDAD

EN NAVIDAD



Rubén era un muchacho de 17 años que vivía con su madre en un barrio de las afueras de una gran ciudad. Sus padres se habían separado hacía varios años y aunque fue una separación amistosa y sin demasiados dramas, Rubén jamás había perdonado a su madre que hubiera permitido que su padre se marchara a otro país. Desde hacía años se comportaba de forma rebelde, contestaba a su madre por cualquier excusa, se saltaba las clases en el instituto e incluso había noches en las que ni siquiera volvía a casa a dormir.
Sólo pensaba en estar de fiesta con sus amigos y en conocer chicas. La convivencia con Rubén se había vuelto insoportable, pero su madre , que era una buena mujer, intentaba quitarle hierro al asunto, pues sabía que en el fondo tenía buen corazón y que estaba pasando por una época difícil al no tener a su padre cerca. Esperaba que con el tiempo, su querido hijo, volviera por el buen camino, volviera a ser de nuevo él.

Unas Navidades, cuando Rubén estaba a punto de cumplir los 18 años, cogió un pequeño macuto con algunas pertenencias, el dinero que su padre le había dejado para la universidad y dejó una nota a su madre : "me voy, no me busques".
Y así, sin despedidas y sin penas, Rubén dejó las llaves en la mesa del comedor, salió de su hogar y cerró la puerta con fuerza para no volver jamás.

Su madre no cesó de buscarle en los siguientes meses pero con el tiempo, se dio cuenta que le era imposible encontrar al que no quiere ser encontrado. Intentó retomar su rutina con la esperanza de que su hijo algún día volviera, al fin y al cabo se había ido por su propio pie. No pasaba un día en que su corazón se acelerara con fuerza al oír el sonido del teléfono, incluso cuando salía a la calle, a veces, le parecía verlo en alguna esquina y salía corriendo tras él pero cuando cruzaba la calle su figura ya no estaba.

Mientras tanto Rubén, se dedicaba a vivir en casa de algunos amigos, iba de fiesta en fiesta cuando se le antojaba, en pocas  palabra, hacía lo que quería, a penas se acordaba de su madre y mucho menos de el hombre que le había abandonado unos años antes.

Los primeros meses fueron geniales, rodeado de sus amigos, conocía gente nueva con sus mismas ganas de exprimir la vida y la cantidad de dinero que tenía, le permitía ser generoso con los que creía que eran sus colegas. Vivía sin normas, sin límites, sin deberes.

Pero pasado un año, todas aquellas puertas que al principio se encontró abiertas se fueron cerrando de una en una, sus amigos se cansaron de su cara dura, de su chulería y reproches porque tuvieran que trabajar para vivir, trataba a todo el mundo como si fueran sus criados y aquella generosidad de los primeros meses había desaparecido como el dinero de Rubén y sus amistades.

Y así es como Rubén, ya con casi 19 años se vio sólo, en la calle y sin amigos pero  él, que le sobraba orgullo, se sentía superior a los demás, pensó que era una oportunidad para conocer mundo y vivir la vida. Se dedicó un tiempo a viajar a cualquier lugar que le llevaran gratis y para comer, tan sólo le hacía falta sentarse en una buena zona y ponerse a pedir. Se dio cuenta que durante los periodos vacacionales conseguía suficiente dinero para utilizarlo en albergues las noches más frías. Al fin y al cabo quería disfrutar, divertirse y no pasar las noches gélidas a la intemperie.

Rubén, el muchacho al que no le había faltado cariño, comida y un hogar ahora era un sin techo más y aunque los primeros años no le importó, es más lo disfrutó conociendo mundo, en el Otoño del tercer año lejos de su casa, enfermó de una fuerte neumonía al no encontrar un sitio dónde dormir varias  noches. Fue la primera vez que realmente echo de  menos a su madre, su cariño y sus cuidados.

Aquella idea  se instauró en su mente como un parásito, pensaba en volver durante un tiempo a su casa, tal vez su madre habría cambiado, tal vez la podría perdonar, incluso cuando hacía memoria no creía que fuera tan mala, nunca le había gritado, por lo menos sin razón, reconocía que era paciente y lo cierto es que fue su padre el que se marchó lejos mientras ella siempre estuvo a su lado.

A punto de cumplir los 22 años, apenas quedaba una semana para Navidad, cogió lo poco que le quedaba en su viejo y raído macuto para tomar el camino de regreso a su hogar. Tuvo la gran idea de presentarse en la puerta de su casa antes de la cena de Noche Buena, sería el centro de atención.


Y allí que se presentó, estaba frente a la puerta que unos años había cerrado con tanto ímpetu, se arrepentía de no haberse llevado las llaves, por un momento, antes de llamar, pensó en sus primeras palabras, incluso se imaginó el cálido abrazo de su madre, realmente la añoraba pero cuando fue a llamar al timbre escuchó varias pisadas, risas y jaleo, parecía que había una fiesta. Entonces dio un paso atrás,  le entraron dudas, tal vez no había sido buena idea. Seguía oyendo fuertes carcajadas, su madre no estaba sola y su orgullo le hizo dar tres pasos más hacia atrás, ¿ cómo se atrevía su madre a ser feliz sin él? ¿ a caso le había olvidado? Y pregunta tras pregunta, Rubén daba pequeños pasos que le alejaban de aquella puerta hasta que se encontró de nuevo en la calle.

Caminó por su antiguo barrio y pensó que todavía tenía algún conocido por la zona, se acercaría a los bares que solía regentar y esperaría que apareciera alguno. Sería una noche mítica con sus antiguos amigos. Pero era Noche Buena y las calles estaban vacías, los bares cerrados y el frío empezó  a instalarse en los huesos de Rubén. Se sentó en la entrada de su bar preferido a esperar, intentando resguardarse del frío. A media noche se acomodo un poco y cerró los ojos pensando  en que tal vez debería haber llamado a la puerta de su casa, tal vez su madre si le había echado de menos, tal vez su madre le había perdonado por abandonarla como lo hizo su padre, tal vez....

Su orgullo desapareció mientras se quedaba dormido, pensando en cómo pedir perdón, en una de las noches más fría del año. A la mañana siguiente, la noticia de que había un joven escuálido con el pelo enmarañado y sucio muerto en la calle, corrió como la pólvora por el barrio. Nadie sabía quien era, nadie le echó en falta, excepto una buena mujer, que desde hacía varios años, seguía poniendo cada día un plato de más en la mesa, esperando el regreso de su hijo.

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