LA VIDA ES UN ARCO IRIS
Una de mis grandes aficiones, la cual me ha acompañado desde
la infancia, es la pintura en todas sus facetas, desde colorear libros, pintar
cuadros con óleo, acrílico, tizas, rotuladores, lápices y acuarelas, realizar
pequeños murales o decorar muebles. Reconozco que se me da bastante bien y,
además, es algo me ha ayudado a expresarme tanto en los peores momentos de mi
vida como en los mejores.
Últimamente, he revisado muchas de las obras que aún conservo
y me he dado cuenta, de que no sólo he evolucionado en la forma de dibujar y de
colorear, también es un claro reflejo inconsciente de las situaciones y
emociones que he vivido, por eso cada una de ellas llevan implícito parte de mí
y de mi relato de vida. Tal vez, por eso, me cuesta tanto deshacerme de algunos
cuadros que cree en momentos claves, y que detesto hacer encargos, ya que tan
solo me aportan cierta ayuda económica para hacer lo que realmente me gusta, lo
que me nace de las tripas y del corazón.
No ha sido fundamental que mis obras estuvieran técnicamente
bien hechas, sencillamente me he dedicado a pintar porque me calma, porque alimenta
mi alma y porque me gusta, porque es una manera de plasmar o transmitir de
forma inconsciente un mensaje, un grito silenciado o una emoción propia a
través de los colores, de su ausencia o de la temática. Como consecuencia, hoy
soy conocedora y estoy orgullosa de no tener un estilo propio, algo común que
podría definirme como artista, una característica única, porque en realidad no
soy la misma que ayer pero tampoco la de mañana.
Guardo una gran variedad de cuadros que se van acumulando
ordenados en un rincón, muchos de ellos son en blanco y negro, retratos de
miradas perdidas y tristes, de alas seccionadas inmóviles, e incluso, poseo una
colección de láminas que cuentan una parte de mi historia en la gama de los
grises, de un tiempo en la que perdí la capacidad de vivir y en la que me sumí
en un mundo propio sin luz, tan negro como una oscura cueva oculta y aislada en
el fondo del océano.
Pero, con ayuda, volví a ver el mundo con otros ojos, a ver
la luz donde antes solo había penumbra, a disfrutar del color desordenado y caótico.
He aprendido que la vida es una gama infinita de matices, con sus luces y
sombras, que va desde el negro más intenso, pasando por los rojos más
pasionales, los azules más fríos, los amarillos mas cálidos, los verdes más
naturales, los naranjas más otoñales, los morados mas femeninos y los blancos
más luminosos, y es que no importa por dónde salga el sol, porque la vida es un
inevitable arco iris en días lluviosos, en los que unas veces nos dejaremos
impulsar por el albor del color, otras nos dejaremos apaciguar por el calor del
sol y otras veces nos dejaremos arrastrar por el declive de las sombras suscitadas
por las nubes.
Termino estas palabras escuchando una voz interior que me guía
hacia mi cuaderno y hacia mi maravillosa caja de pinturas.
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