VACACIONES PERMANENTES
Era uno de Julio cuando Natalia se despertó y optó por que aquel primer día, de lo que llamaba “vacaciones permanentes” sería especial, un día para reflexionar sobre su inesperada situación.
Era uno de Julio cuando Natalia se despertó y optó por que aquel primer día, de lo que llamaba “vacaciones permanentes” sería especial, un día para reflexionar sobre su inesperada situación.
Le quedaban tan solo un par de
años para jubilarse y empezar a hacer todas las cosas que había postergado
durante los últimos 20 años, los cuales se había dedicado íntegramente a su
trabajo, ser la mejor comercial de una pequeña empresa de productos higiénicos
de la autonomía. Inesperadamente, su contrato había finalizado de un día para
otro: “Tu labor en esta empresa ha sido muy valiosa, pero creemos que lo mejor
para todos, en estos momentos, es dar paso a alguien más agresivo, más
competitivo y más joven”
Aquella última palabra se le clavó
en el pecho como un cuchillo recién afilado. Ella, tan correcta, tan sonriente,
la que había dirigido las campañas más controvertidas de la empresa, sin
dudarlo, los mando a la mierda sin pensarlo dos veces. Ahí tenían a la “vieja”
Natalia más agresiva y competitiva.
Ese uno de Julio, esas
“vacaciones permanentes” habían llegado antes de lo previsto y debía pensar que
sería de ella de ahí en adelante. Era un día demasiado bochornoso, como la
última quincena, apenas se podía respirar en la calle. Había llegado una ola de
calor sin precedentes, acompañada de una nube de polvo en suspensión que había
viciado el aire ya de por si contaminado de la ciudad. Natalia pensó buscar
refugio y recordó que, siendo una niña, solía pasar las tardes más tórridas en
una pequeña balsa de agua cerca de los Pirineos, no quedaba muy lejos, así que
cogió su coche y allí se dirigió.
Descubrió nada más llegar que el
tiempo también corría para sus recuerdos, donde había antiguamente un estrecho
camino, ahora había un cuidado aparcamiento vacío.
Al bajar del coche, sintió una
fuerte bofetada de calor y por un momento pensó en volver a esconderse en su vehículo,
a la vera del aire acondicionado, pero ese día realmente necesitaba que fuera
especial, así que con decisión tomo su “vieja” pero útil mochila para dar un
paseo por la zona. A pocos metros se enfrentó de nuevo a sus recordaciones,
aquella balsa improvisada se había convertido en una piscina fluvial de aguas
frías y cristalinas, rodeada por pequeñas campas bien arregladas, donde
seguramente, las familias acudirían en masa los fines de semana.
El sol arremetía con fiereza y
Natalia se encaminó hacia un sendero que le llevaría a una pequeña Foz, una
garganta escarpada a lo largo de los años y siglos por un arroyo, allí creía
que encontraría un lugar donde reflexionar, donde encontraría respuestas.
Se quedó estupefacta al comprobar
que los alrededores de la cuidada alberca estaban repletos de desperdicios:
toallitas, papeles, plásticos, compresas, irónicamente productos que ella misma
podría haber vendido un tiempo atrás, todo ello acompañado de miles de moscas y
mosquitos, que acudieron en masa a darse un banquete a costa del cuerpo de
Natalia que en segundos aceleró su paso, huyendo del olor a excremento y de los
vampiros que querían succionarle la sangre.
El calor era constante y no había
una sombra donde refugiarse. A cada paso que daba, notaba como pequeñas gotas
de sudor le resbalaban por la frente y la nuca. Su boca pedía gritos agua,
parecía que caminaba por un desierto y al mirar a su alrededor vio que la
propia tierra clamaba auxilio. Las pequeñas flores que habían germinado estaban
a punto de marchitarse y solo se escuchaba el canto incesante e intenso de las
chicharras que ocultaban el sonido de sus propias pisadas al levantar polvo y
tierra seca.
No llevaba caminando ni 20
minutos, cuando llegó a una pequeña bifurcación que la llevaría a su meta del
día. Al tomar el nuevo rumbo se vio rodeada de árboles que le procuraron cierto
alivio. El barranco al que quería llegar cruzaba el camino regando y dando vida
a sus orillas. Encontró a su paso pequeñas matas de fresas silvestres y sin
dudarlo un segundo, las recogió delicadamente con sus dedos para luego
saborearlas lentamente, devolviéndole a su memoria reminiscencias de su niñez
que creía haber olvidado.
Caminó lentamente hasta llegar a
un estrecho pasillo, por donde discurría un riachuelo que había dado forma a la
Foz de Benasa. A Natalia siempre le
había parecido misterioso aquel lugar, donde apenas llegaban los rayos del sol,
donde la temperatura era agradable en los días más calurosos y donde el aire
llevaba consigo un aroma de hierba recién cortada, mezclada con el olor a
lluvia y a tierra. Allí se sentó, a tan solo 25 minutos de su coche, a escuchar
el sonido del agua discurriendo entre las rocas, el trinar de los pájaros y el
vaivén de sus pensamientos.
Tras varias horas, llegó a la
conclusión de que sus “vacaciones permanentes y forzadas” podrían ser lo mejor
que le había pasado y que todos los días podrían ser especiales, ella era la
única responsable en convertirlos en únicos, tanto en un lugar tan fantástico
como aquel o simplemente tirada en el sofá, era cuestión de actitud.
Con la mente fresca y aclarada
regresó por donde había venido y al salir de nuevo al sendero, se encontró que
el sol se había escondido tras una nube negra. Las flores, agradecidas por el
descanso, parecían haber recuperado algo de vida y Natalia observó los insectos
que la rondaban: preciosas mariposas marrones y naranja, blancas y negras,
azules y grises, amarillas y verdes, las había de mil colores y tamaños,
revoloteando y bailando alrededor de las margaritas. Abejorros, avispas y
saltamontes se habían animado a recorrer el camino junto a Natalia, la cual
ahora los veía con otros ojos.
Al llegar al final del sendero,
sintió de nuevo el siseo continuo de las moscas y mosquitos a su alrededor,
esta vez parecían querer contarle algo. Natalia los apartaba con su mano,
evitando que volvieran a picarle.
Al llegar al aparcamiento pensó
que ella no podía cambiar el mundo con grandes acciones, pero si podía mejorar
el suyo con pequeños actos, así que buscó una bolsa en su maletero y volvió al
camino a recoger todos los desperdicios que encontró, no sin sentir varias
arcadas durante el proceso. Al terminar decidió darse un baño en la balsa de
agua cristalinas, sola, consigo misma, para limpiarse toda aquella porquería
acumulada en su piel, para calmar la desazón de las picaduras y para reactivar
su cuerpo.
Estando con los ojos cerrados,
flotando en el agua, disfrutando de su día especial, comenzó a notar pequeñas
gotas en su rostro, al abrirlos, vio que la pequeña nube negra ya no era tan
pequeña y aligeraba su carga sobre la tierra, limpiando el aire, liberándolo
del polvo, saciando la sed del campo y de las flores.
Natalia disfrutó de aquel regalo,
de aquel lujo de incalculable valor y supo que no sería la última vez que
volviese a aquel lugar de paz y reflexión durante sus maravillosas vacaciones
permanentes.
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