UNA NOCHE DE VERANO
El astro rey se ha ocultado ya, dejando a su paso un ambiente
asfixiante, pero la noche llega para suavizarlo. Las farolas de la calle hoy no
funcionan y con la ventana abierta escucho el eco de la penumbra.
Una delicada ráfaga de aire, trae consigo el canto del
autillo, silbando, llama a sus compañeros, que se unen a él durante las primeras
horas nocturnas en un canto rítmico, regular, en el que uno pregunta y otro
responde.
Salgo al balcón, la noche es cerrada, hoy la luna se ha
tomado un respiro y puedo regocijarme de un espectáculo celestial. Miles de
estrellas brillan con vigor sobre mi cabeza, dejando la vía láctea a la vista
de mis ojos, absortos por semejante presente.
Siento a mi alrededor el aleteo de los murciélagos buscando
alimento y cuando consigo acomodarlos a la negrura, puedo ver sus ágiles y
fugaces bailes, puedo escuchar su sonar al rebotar con los elementos.
Después de un largo día en el que el sol ha brillado con
demasiada intensidad, mi cuerpo se deja envolver por el aire fresco y la piel
responde en cuestión de segundos erizándose. Sentada en la oscuridad, advierto el
siseo de los mosquitos buscando saciar su sed. Pasada ya la media noche,
escucho el trinar de un ruiseñor, apostado en la cercanía, junto con el croar
de las ranas que me invitan a dormir al raso, pues cuando el ser humano calla,
la vida canta entre las sombras y consigue que el sueño me venza en una noche
de verano.
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