A lo largo de los años, que son
realmente los que dan sabiduría, he aprendido por propia experiencia, a base de
equivocarme, que existen tres formas fundamentales para abordar los conflictos,
las dificultades y obstáculos que surgen a lo largo de la vida, internas o
externas. Y cuando digo abordar , quiero dejar claro que no significa que
lleguemos a solventarlos, a repararlos pues existen muchas cuestiones que no
tienen remedio y es importante que sepamos discernirlos para aceptarlos tal
como llegan, porque, no asumir una derrota, puede llevar a golpearnos contra
una inmutable montaña una y otra vez, dejando la piel en ello. A veces, y soy
consciente de que el orgullo puede hacernos extraviar la razón, es mejor perder
una batalla o incluso la guerra, que perder la vida.
Esto, no significa que nos dejemos abatir
a la primera contrariedad que se nos presente por el “no puedo” o por el “no
sé”. Ciertamente, intentar luchar por aquello en lo que creemos es mejor, que no
hacer nada, pues a través de la queja, el lamento y de la inactividad
seguiremos obteniendo los mismos resultados.
Si está en nuestro deseo lograr cambios, es fundamental la existencia, de
como mínimo una variante, siendo esta, nuestra forma de actuar ante la
resolución de un problema. He aquí las
diferentes formas de abordar un conflicto: Enfrentarnos, plantarle cara o luchar,
pedir ayuda, apoyo o colaboración y por último y no menos importante huir,
sortear o evitar el dilema. El gran misterio es discernir cual es la mejor
opción u opciones, pues la combinación de algunos de ellas es significativa, en
cada momento de nuestro trayecto.
LA CAÍDA DEL CAZADOR
Había una vez, un perspicaz y
valiente cazador llamado Suaitx, que salió en busca de una presa con que
alimentar a su familia. Caminó durante varias horas tras el rastro de un gran
ciervo que se había internado en un antiguo bosque, conocido y evitado por
todos los habitantes del valle, como el Soto de las Simas, ya que estaba
repleto de profundas cavidades en las que, más de uno, había perdido la vida al
caer de gran altura. Aquel día, Suaitx decidió seguir a su presa desoyendo a su
propia razón y fue como el joven imprudente, cayó en un hoyo, oculto por la
maleza, de más de cuatro metros de altura, rozándose e hiriéndose con las
afiladas espinas de las zarzas que habían crecido en la parte interior de la
sima. Al llegar al duro suelo, sintió como uno de sus hombros se encontraba en
una posición extraña, lo que le produjo un gran dolor, aunque de su boca no
salió una palabra. Contuvo el aliento y volvió a colocarse el hombro en el
lugar correcto a la vez que perdía el sentido. Tras varios minutos, logró
volver a abrir los ojos para mirar hacia arriba y ver que apenas entraba luz en
aquella profundidad. Valorando la situación en que se encontraba, solo y
dolorido, decidió esperar a que su familia lo encontrara. Se acomodó como pudo, pero en el pasar de las
horas, la noche llegó y se quedó dormido. Apenas amaneció, Suaitx sintió hambre
y sed, pero de nuevo aguardó que lo rescataran. A lo largo del día comenzó a
tener más sed, más hambre e inquietud que en pocas horas se transformó en
enfado: Enfado con el maldito ciervo que le había engañado, con su familia por
no rescatarle, con el mundo por no haber acotado de forma adecuada aquel lugar.
La noche volvió una, dos y tres veces más, hasta que al cuarto día, ya débil y sin fuerzas, con la imposibilidad de salir de allí, Suaitx se abandonó a su suerte pensando en lo que pudo hacer y no hizo. Porque pudo intentar subir por las lianas y las zarzas, a pesar de las puntas, para alcanzar la salida, pudo gritar con todas sus fuerzas para que alguien lo oyera y acudiera en su ayuda y pudo, en un principio, haber evitado aquella situación, pero ya no le quedaban fuerzas para levantarse, ni para gritar y su orgullo, le había llevado hasta una tumba perdida y solitaria en la que nadie jamás lo encontraría.
La noche volvió una, dos y tres veces más, hasta que al cuarto día, ya débil y sin fuerzas, con la imposibilidad de salir de allí, Suaitx se abandonó a su suerte pensando en lo que pudo hacer y no hizo. Porque pudo intentar subir por las lianas y las zarzas, a pesar de las puntas, para alcanzar la salida, pudo gritar con todas sus fuerzas para que alguien lo oyera y acudiera en su ayuda y pudo, en un principio, haber evitado aquella situación, pero ya no le quedaban fuerzas para levantarse, ni para gritar y su orgullo, le había llevado hasta una tumba perdida y solitaria en la que nadie jamás lo encontraría.
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