lunes, 20 de marzo de 2017

UN VIAJE AL PASADO

UN VIAJE AL PASADO



El pasado fin de semana hicimos una pequeña escapada a la provincia de Zaragoza, concretamente a Fuendetodos, un pequeño municipio en el que contrastan vestigios del pasado y del presente. Un pueblo escondido con una esencia mágica que nos arrastran a los primeros años de vida de Goya. 
Paseando por las calles nos encontramos pequeños detalles artísticos que dan a este pueblo un encanto especial. Allí vivió un artista, desde luego queda constancia de ello pero en la actualidad su pasión por el arte continua y así lo vimos en algunos rincones.


Nos sorprendió ver un taller de grabado dirigido al público donde, desde los más pequeños a los mayores pueden utilizarlo para dar rienda suelta a su imaginación.

Caminando por el lugar y con un objetivo marcado nos dirigimos al Museo de grabado en el que encontramos unas series realizadas por el mismo Goya. Dividido en  varias salas nos recreamos con los caprichos, la tauromaquia, los desastres de guerra y los disparates, que a mi parecer son violentos y algo grotescos.
Finalizada la visita nos indican que a unos cien metros se encuentra la casa natal del pintor y nos acercamos para conocer de cerca el modo de vida de la época.


Es una sencilla casa en la que conservan la estructura tal y como era entonces. Entramos a una pequeña salita donde constatamos que la casa debía ser fresca en verano pero también en el invierno. Todavía conserva la chimenea en buen estado, rodeada de bancos de piedra donde, me imagino, a un Goya de 3 o 4 años calentándose junto a su madre. Hay una pequeña cuadra restaurada donde tenían al ganado, que probablemente ayudaría a calentar el hogar.
Es una casa de tres plantas, así que subiendo unos empinados y estrechos escalones de piedra llegamos a una pequeña sala y un par de dormitorios decorados como antiguamente y por último subimos al ático cubierto por techo de cañizo bien trenzado.


Nada más salir de la casa y tan sólo a cuatro pasos esta la Sala Zuloaga donde se encuentra la exposición de carteles del mismo.
Este pueblo todavía tiene  más cosas para sorprendernos, un pequeño espacio de naturaleza llamado Fuendeverde y una pequeña balsa donde conviven un reducido grupo de aves.

Hemos aprovechado la tarde y acabamos en lo alto de Fuendetodos, junto a la iglesia, deleitándonos con una panorámica de un lugar rodeado por grandes molinos de viento, decorados en su base por detalles de los grabados de Goya.


El sábado llega a su fin y nos alojamos en la pequeña Hospedería Capricho de Goya situada en la carretera del pueblo. Es un lugar donde la gente de paso, excursionistas y moteros hacen su parada para reponer fuerzas. Allí cenamos como yo diría "un poquito de tó": ensalada variada, migas con huevo frito, longaniza con patatas panaderas, queso de la zona con mermelada de higos y postres caseros acompañado del vino del municipio.

Llega un nuevo día, Domingo y a través de las ventanas oímos el cantar de un grupo de aves que se ha empeñado en despertarnos así que nos levantamos y nos dirigimos al bar a desayunar. Si la cena fue buena por su carácter casero, el desayuno no se queda atrás. Café, yogur, tostadas con mantequilla y mermelada o aceite con ajo, zumos y un croissant tierno y jugoso.

Nos despedimos de la joven trabajadora para dejar atrás Fuendetodos y dirigirnos a Belchite. Otro pequeño pero muy turístico municipio zaragozano que tan sólo está a 15 minutos en coche. Nos dirigimos a la oficina de turismo para asistir a una ruta guiada por el antiguo pueblo de Belchite, que ya habíamos reservado con anterioridad. Tengo que decir que hay dos formas de visita, la diurna que es por la que nosotros nos decantamos y la nocturna algo más esotérica y misteriosa, que seguramente será impresionante pero como soy algo miedosa la dejamos para otra ocasión. Justo antes de entrar en la oficina nos encontramos con una  torre religiosa.


Una vez que tenemos los pases para la visita, nos dirigimos al punto de encuentro y allí constato, que aunque es un lugar apartado, hay mucha gente que se acerca a ver las ruinas. Estamos unas 150 personas así que hacen tres  grupos, que vamos entrando poco a poco con una diferencia de diez o quince minutos.

Nada más entrar me sobrecoge el lugar, reina el silencio


Comenzamos la visita bajo el Arco o Portal de Villa que da a lo que antiguamente sería la calle principal, rodeada de casas y comercios donde puedo imaginar el bullicio de sus habitantes. Cristianos, judíos y musulmanes convivían en armonía sin agua corriente, sin luz y sin móvil, algo que a uno de los niños que está en el grupo le deja impactado.
Probablemente la vida era dura ya que durante el S. XVI los habitantes tuvieron que sobrevivir a una epidemia de cólera y más tarde a los saqueos de bandidos y bandoleros  pero la situación de las casas y los monumentos religiosos, daban al lugar una cierta seguridad con el exterior, ya que aunque no tenía murallas la estructura del pueblo hace de fortificación.
Poco a poco vamos conociendo la historia de un Belchite viejo en progreso, con su hospital, sus casas más ricas y más pobres.


Hasta el Agosto de 1937 donde comienza su declive. Durante ese verano caluroso el ejército republicano se abrió paso por las calles de la población, donde hubo un gran número de bajas de ambos lados. El hospital no daba a basto ya que había gran número de amputaciones, infecciones, gangrena y muerte, los gritos de las víctimas de guerra se esconden bajo los escombros y las paredes. Los cuerpos se apilaban a decenas y se descomponían rápidamente con el intenso calor del verano. No había lugar ni tiempo para los entierros así que utilizaron el trujal como fosa común.


Es curioso el contraste de una historia desgarradora sobre un fondo de molinos de viento, como si quisiera espacir los recuerdos por toda la comarca


La visita continua, la calle sigue y yo me veo inmersa en la vida de los antepasados de nuestra propia guía que nos explica, como sus abuelos al volver a sus casas después de la guerra, se encontraron con muchos hogares derruidos y ocupadas o incluso con guarnición de guerra anclada en un monumento religioso.


Poco a poco, el  pueblo nuevo se fue edificando con mano de presos a las afueras, donde los antiguos habitantes pudieron rehacer su vida no sin gran esfuerzo. 
Aunque el pueblo viejo todavía se conserva, el saqueo de forja y las inclemencias del tiempo, van haciendo mella en lo que debió ser una preciosa villa, la cual aconsejo visitar sin lugar a dudas.


Esta es mi pequeña contribución a un lugar donde todavía se puede ver  el paso de una horrible guerra de la que nadie salió vencedor.


Salimos algo sedientos y nos dirigimos de nuevo a Belchite en donde hay varios bares y restaurantes que ofrecen menús y tapas por un precio muy económico. 

Debemos volver a casa, nos queda un par de horas de viaje pero nos vamos con un maravilloso recuerdo de una zona que esconde  historia,  arte y naturaleza.

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