EL SUEÑO.
Del mar, ríos y fuentes surgieron aguas que inundaron poco a poco las playas y los valles. Eran aguas limpias, cristalinas y tranquilas. Nacían de la propia tierra como si la Madre Naturaleza quisiera limpiar la suciedad que había acumulado. No dejaba de emanar agua por cada rincón, brotaba como lágrimas por los hijos malcriados que perdería.
El caos se adueñó del ser humano que ignoraba la procedencia de las aguas que pondrían fin al continuo maltrato y a su creencia de superioridad sobre la Tierra. Tan sólo aquellos que pudieran volver a vivir en armonía con la Madre sobrevivirían. Antiguas tribus, nómadas, pastores, pescadores y agricultores a la vieja usanza tendrían una pequeña esperanza para empezar de nuevo. Natura quería volver a la esencia de la vida, borrar del planeta la religión, el dinero, la corrupción, las políticas, las guerras, las enfermedades y la tecnología.
Lloraría durante días y semanas, suficiente para destruir todo aquello superficial pero no tanto como para no dar una oportunidad a los merecedores.
Los primeros en empezar a desaparecer fueron las grandes potencias ante la mirada atónita de sus presidentes, reyes, dictadores, ministros y dirigentes. China, Corea, Japón, Estados Unidos , Rusia, Oriente y Europa se ahogarían en su decrépito bienestar. Ciudades llenas de colmenas se unidirían bajo las aguas gélidas, no habría lugar donde esconderse, seria el final y el principio de una era. Todo por lo que el ser humano había luchado, matado, vendido, sacrificado, esclavizado, corrompido sería borrado de la faz de la tierra.
Madre se coló en los sueños de los futuros herederos de su preciada tierra profetizando el inminente Armagedon.
No quería ser cruel, la tortura no iba con ella pero muchos inocentes morirían bajo sus aguas, los mecería como una madre balancea a su hijo en la cuna preparándoles para un sueño eterno pero se ensañaría con aquellos que la habían maltratado y explotado, no daría paz a los hijos que la habían traicionado. No habría una caricia para ellos, ni un suave balanceo que calmara el terror de una muerte segura.
Emma se despertó después de un inquietante sueño premonitorio y supo el terrible fin que se avecinaba. De repente sintió la necesidad de volver a reunir a su familia y huir a la seguridad de las cotas más altas. Tan sólo tendría unas horas, tal vez un día como máximo. Tenía la mente clara y ordenada como nunca, algo que le ayudó a planificar con tranquilidad y seguridad cada pasó que daría en las siguientes 24 horas. Preparó una maleta con ropa y calzado tanto de ella como de su marido, tenía la esperanza de volverlo a ver. No le apenó dejar atrás gran parte de su armario, ya no lo necesitaría, se alegró de deshacerse de todo aquello superficial e innecesario que durante los últimos años le había arrastrado a dejar de ser ella misma. A pesar de las circunstancias podía sentir cierta libertad. Recogió algunos productos de aseo y medicamentos, no quería entretenerse demasiado pero sabía que en algún momento podrían necesitarlos. Por último llegó a la cocina y rápidamente decidió coger productos básicos y todos aquellos alimentos no perecederos. Estaba segura que en algún momento de su huida pasarían cerca de algún supermercado y podrían suministrarse de lo necesario. Miró a su pequeña mascota, una gatita rubia que intuía lo que iba a pasar pero se sentía tan tranquila como Emma, sabía que no la abandonaría. Tal vez ella había compartido su sueño.
Cargó todo en su todo-terreno, era una suerte haber comprado aquel coche unos meses antes aunque Emma no estuviera de acuerdo. Todavía quedaba espacio en el maletero, lo suficiente para meter la escopeta de su marido, un par de mantas y las raquetas de nieve. Se acercaba el invierno y allí donde debía ir, lo necesitaría.
Antes de marcharse descolgó el teléfono, no había linea, la televisión hacía horas que había dejado de emitir programación y el teléfono móvil no tenía cobertura pero a pesar de eso decidió llevárselo por si acaso. Dio un último vistazo a su casa, su hogar, todos sus recuerdos, parte de su vida impresa en fotografías y magníficos cuadros que ella misma había pintado. Tenía la esperanza que todo el trabajo creativo de los últimos 20 años se conservaría bajo las aguas. Fue el único momento en que sintió cierta pena.
Cerró la puerta con llave, aquel gesto le hizo esbozar una pequeña sonrisa.
Arrancó su coche, de momento no necesitaba gasolina, salió a la carretera y se puso en marcha. No había mucho tráfico y la gente seguía con sus ocupaciones, le sorprendió que se respirara tanta tranquilidad en el ambiente.
Vivían en una sociedad que se dejaba engañar por los medios de comunicación, los cuales llevaban un par de días interpretando aquel extraño fenómeno como pasajero. De momento en el país solo se habían registrado daños materiales y tres muertes en la costa sur, algo que dejó indiferente al resto. Era habitual que cada año muriesen algunas personas por inundaciones y el ser humano ya no se preocupaba por las desgracias que ocurrían tras la puerta de su casa.
Emma condujo por la gran avenida fijándose en las caras de todas aquellas personas que probablemente no volvería a ver jamás, no las conocía y en parte eso le ayudó a seguir adelante. Sabía que no podría salvar a todo el mundo y que tampoco era su cometido pero la culpa le dio una bofetada al ver un pequeño grupo de niños y niñas que jugaban alegremente en un parque. Por un momento contuvo la respiración y sintió como su corazón palpitaba con fuerza, pisó el acelerador y siguió su camino. Durante un tiempo aquella visión fugaz le perseguiría en sus sueños durante meses.
Se dirigió a casa de su hermana, no hizo falta muchas explicaciones ella siempre había estado a su lado.
Hizo un pequeño bolso con lo indispensable y se montó en el coche. Le dedicó una pequeña sonrisa a Emma, intentaba disimular cierta preocupación e incredulidad pero no dijo nada. Dos manzanas más arriba vivían sus padres, suerte que los dos estaban en casa. Sería más difícil convencerlos, lo cierto es que la situación era de locos pero eran una familia bien avenida así que también siguieron los pasos de sus queridas hijas.
Decidieron llevar su propio coche, debían recoger a los maridos de sus hijas en el trabajo, los dos estaban empleados en la misma fábrica. Por un momento Emma agradeció todas las casualidades que le ayudarían en su huida.
No tenían modo de avisarles así que se dirigieron fuera de la pequeña ciudad, a la gran fábrica que había dado cierta estabilidad a la familia. Consiguieron localizarlos y tras varios minutos de discusiones consiguieron que les acompañaran. Todos la miraban como si desvariara pero nadie se atrevió a llevarle la contraria.
Sabía que no la creían pero no le importó, pasara lo que pasara no quería estar sola. Lamentaba no poder hacer nada más por el resto de su familia, sus amigos y conocidos, no había tiempo y si sus seres más queridos no le creían, mucho menos el resto, estaba segura de que no se equivocaba y tenía la sensación de que no había sido la única persona en haber recibido aquella información a través de sus sueños.
Le sorprendió que sólo le había llevado tres horas organizarse y reunir a su familia para ponerse en marcha hacia el Norte Pirenaico que no quedaba lejos, en cierta forma quiso pensar que se iban de vacaciones todos juntos, algo que no habían tenido posibilidad de hacer nunca.
La calma no era una característica de Emma y en ese momento estaba irreconocible, tenía un gesto tranquilo y relajado a pesar de las críticas e incluso gritos de su alrededor, ella se mantenía serena y paciente, respondiendo con coherencia y con seguridad a cada pregunta a pesar de la situación que estaban viviendo.
Desde la ventanilla del coche veían como brotaban pequeños riachuelos de agua clara en las colinas, llegaba a los campos sembrados unos meses atrás y habían creado multitud de surcos y caminos que llegaban a las anegadas acequias de la carretera. La tierra se negaba a drenar todo aquel líquido que en pocas horas comenzaría a inundar las carreteras. Algunos animales rezagados escapaban del futuro inminente. No sólo la fauna salvaje, pudieron ver perros, gatos y otros animales domésticos que habían podido despistar a sus dueños para dejar tras de sí el refugio y calor de sus hogares y buscar un lugar más incomodo y frío pero seguro. Aquella visión picasiana enmudeció a los ocupantes del auto dándole a Emma unos minutos para pensar en su siguiente paso.
Quería hacerse con una autocaravana suficientemente grande por si las cosas se torcían y no quería pasar las primeras noches durmiendo en los incómodos coches, debía hacerlo antes de que se bloquearan todas las cuentas bancarias.
Sabía que en un futuro cercano el dinero no significaría nada, tan sólo serviría para alimentar hogueras, pero hasta ese momento tiraría de sus ahorros para asegurarse cierta comodidad en los primeros meses invernales en la transición que iban a vivir en sus propias carnes.
Estaban a pocos kilómetros de una zona comercial en la que se alquilaban caravanas y que además había un gran invernadero donde pretendía hacerse con semillas de tomates, calabazas, alubia y pepinos asegurándose una cosecha para el siguiente verano.
No le sorprendió ver que no eran los únicos en tener el mismo objetivo, no muchos pero los suficientes para que el dueño del local se extrañase ante el número de clientela en unas fechas cercanas al Invierno y en un mismo día pero la situación le hizo esbozar una gran sonrisa pensando en la caja que haría un día tan corriente como ese. Ni siquiera le extrañó que no le preguntaran por los precios, la codicia se había convertido en una característica habitual del ser humano, todos los contratos eran ágiles y rápidos.
Emma se alegró de no ser la única con aquella visión , podía leerla en los ojos de los que allí se encontraban pero también podía ver la tristeza y la soledad de muchos de los presentes, por lo menos ella no estaba sola. No creía que mereciera la pena pasar por aquello en soledad, ni siquiera se lo había planteado, pensaba que no hubiera podido salir adelante sola, tampoco quería. Tenía la gracia de estar rodeada por personas que priorizaban la unión familia y que además tenían un cierto punto de locura para haberla seguido en aquella aventura.
Eligió una gran caravana, no pensaba devolverla y tal vez podrían recoger a alguien más por el camino. Era algo antigua pero cómoda y práctica, principalmente se decantó por que tuviera una pequeña cocina de gas y que estuviera equipada con todo los enseres necesarios, olvidándose de los lujos que en otra ocasión hubiera requerido. Se llevaron lo poco que quedaba en la tienda como hamacas, una mesa, un cenador, camping gas, pequeñas cazuelas y un montón de cerillas.
A la salida vieron un grupo de niños y niñas que jugaban entre ellos bajo la tierna mirada de un grupo de madres y padres esperando a que saliesen sus conyujes o familiares del concesionario. Se animó ante la posibilidad de que alguno fuera de los que había visto en el parque, se sintió menos culpable.
Habían pasado unas seis o siete horas desde que se había despertado y empezaba a tener hambre así que comieron en un pequeño restaurante cerca de la carretera. Emma pensó que sería duro vivir sin ciertas comodidades y necesidades que a lo largo de la historia, sobre todo en el último siglo, el hombre se había creado pero lo importante en ese momento era sobrevivir y después ya se vería.
Volvieron a la carretera para seguir su camino, dejando atrás el coche de sus padres.
El agua ya empezaba a cubrir los orillos y parte de la carretera. Deberían ir con más cuidado a partir de ese momento.
Emma puso la radio, todavía había señal y localizó una emisora en la que se podían escuchar las últimas noticias. Se había desatado el pánico en todo el hemisferio norte, miles de muertes en las últimas horas se habían dado en las grandes ciudades. El ser humano se creía invencible y no había sabido reaccionar a tiempo. Londres, París, Moscú, Roma, Los Ángeles estaban prácticamente inundados bajo 5 metros de agua. Se había activado el protocolo de emergencia para catástrofes atmosféricas pero no daban abasto ante la magnitud de emergencias.
Conforme avanzaban se hacía mas denso el tráfico, pero no tanto como para reducir la velocidad. Habían huido a tiempo.
En un momento dado Emma miró por el retrovisor y vio la mirada triste de su marido y cuñado, dio por supuesto que pensaban en sus familias, intentaban ponerse en contacto con ellos con los ya inútiles móviles pero de momento no podían hacer nada. Emma tenía la esperanza de que estuvieran a salvo, de hecho se dirigían a la localidad donde vivían.
Habían pasado los veranos y las vacaciones en aquel pequeño pueblo de menos de 50 habitantes, donde los cortes eléctricos estaban a la orden del día por lo que cada casa contaba con su propio generador. Era un lugar precioso sobre una gran montaña, a la que se accedía por una serpenteante carretera mal asfaltada, rodeada de campos de cultivo y huertas cercanas a un río que durante la primavera veía crecer su caudal debido a los deshielos. La vida había sido dura en esos parajes, aislados de las grandes urbes, olvidados por los empoderados, donde sus habitantes habían vivido de lo que ellos mismos producían pero ahora era un lugar más de retiro vacacional que otra cosa. Cada verano, Semana Santa y puentes festivos triplicaba su población y por supuesto la contaminación acústica. Los domingueros, así los llamaban los del pueblo, buscaban la tranquilidad y el silencio escapando de las ciudades pero lo único que hacían era arrastrar con ellos las prisas, el estrees y un montón de trastos innecesarios.
Tenían unas cinco horas de camino pero sabía que probablemente se alargarían un par de horas más y probablemente el tráfico se densificaría conforme pasaran la horas, además la autocaravana no se movería con facilidad por las carreteras anegadas ni por las zonas de alta montaña.
Debían hacer una parada más antes de llegar, a lo que Emma pensaba que era el final de su camino. Necesitaban recoger la cantidad suficiente de alimentos para pasar los primeros día o incluso el primer mes. Encontraron un pequeño supermercado aún abierto en un área de servicio y allí Emma lleno varios carros de latas en conserva, harinas, arroz y legumbre, azúcar, sal, aceite e incluso una cantidad ingente de chocolate, un capricho se lo podía permitir. Los padres de su marido, ya jubilados de una pequeña quesería, tenían todavía ganado, vacas, ovejas, cabras incluso gallinas, por lo que Emma paso de largo la pequeña cámara frigorífica provista de carne y se dirigió a la caja confiando que todavía quedase línea en el datáfono. Irónicamente era su día de suerte. En menos de media hora estaban de nuevo en camino.
Pasaron por pequeñas poblaciones que ya empezaban a sufrir inundaciones. Los vecinos intentaban evitar, sin éxito, que sus bienes mas preciados no se perdieran poniendo sacos de arena y sellando puertas y ventanas. No sabían que estaban cabando su propia tumba al aferrarse al pasado. Emma no podía entender que no se dieran cuenta que lo que estaba pasando a su alrededor era algo insólito. El agua no corría con fiereza por las calles, no había rápidos ni barro que arrastrase los coches o contenedores. Tan sólo era agua que se acumulaba como en una bañera. El nivel de agua subía milímetro a milímetro sin violencia, pero no por ello con menos peligro. Era como si toda aquella cantidad de líquido supiera cómo y dónde alojarse, era un fenómeno inexplicable e imposible según las leyes naturales pero ahí estaba, delante de sus ojos. Ya no quedaba ninguna duda de que Emma estaba en lo cierto y en ese momento sus acompañantes empezaron a asustarse por lo que se avecinaba.
No era tarde pero se estaba haciendo de noche y ya habían dejado atrás las carreteras principales atestadas de conductores encolerizados por la lentitud del tráfico. Hubo varios momentos que incluso perdieron el control de los autos, el agua llegaba hasta los parachoques y había riesgo de patinar.
Tomaron una carretera secundaria que daría un pequeño rodeo pero que seguramente era menos transitada y transcurría por las partes más altas de las montañas. Se empezaban a ver a lo lejos, bajo una luna llena, los altos riscos del Pirineo encopetados por las primeras nieves. No les quedaba mucho y casi habían pasado lo peor. Podían ver en las carreteras mas bajas una larga cola de luces rojas y blancas paradas, no podían localizar el principio ni el final de lo que a Emma se le antojaba como las luces de un árbol de Navidad.
Estaba cansada y decidió bajar la ventanilla para que el aire procedente del norte le refrescara y en ese momento escuchó los gritos de auxilio de las personas que se empezaban a encaramar a los techos de los automóviles. La visión era dantesca y los gritos enternecieron una vez más el alma y corazón de todos los ocupantes. Discutieron por la tentación de dar marcha atrás pero Emma tuvo la sangre fría de recordarles a todos que no podían hacer nada por ellos, de echo ellos mismos todavía estaban en peligro. Debían llegar a su destino lo antes posible.
No eran los únicos que transitaban la carretera, se veían de vez en cuando coches, caravanas e incluso todo-terrenos con remolque en los que llevaban pequeñas embarcaciones, eran los elegidos, conducían con calma pero en sus ojos estaba reflejado lo que unos minutos antes habían visto y oído todos. Emma pensó que aquella carretera era el camino a muchos destinos y el suyo cada vez estaba más cerca, sólo debían descender a una pequeña garganta para tomar una nueva carretera hasta su salvación. Aquel era el punto más peligroso y con el cansancio acumulado a Emma le empezaron a temblar las piernas, estaba aterrorizada pero no quería que los demás se dieran cuenta.
Decidió parar un momento e hizo señas a la auto caravana que le seguía para que hiciera un alto. Necesitaba estirar las piernas, tomar un poco el aire, deshacerse de aquel movimiento incontrolado de sus piernas. Todos se bajaron del coche esperando ansiosos las instrucciones de Emma, era sorprendente como habían volcado la responsabilidad de sobrevivir en ella en pocas horas. Le miraban intentando descifrar lo que sabía y no quería decir. La gatita rubia permanecía dormida plácidamente en su trasportín y esa visión tranquilizó a Emma haciéndole pensar que todo saldría bien. Si la gata intuía que no había peligro ella podía sentirse de nuevo segura. Esbozó una pequeña y sincera sonrisa, abrazó a cada miembro de su familia intentando reconfortarles y los animó a continuar .
Arrancaron los autos, les quedaba gasolina suficiente para el resto del camino. Emma esperaba poder llegar después de medianoche pero antes, deberían pasar por la pequeña garganta surcada por las aguas torrenciales procedente de la montaña, seguramente en estos momentos y debido a las circunstancias estaría a punto de desbordarse si no lo había hecho ya.
Una hora mas tarde salieron de la poco concurrida carretera para tomar un cruce que les llevaría hasta la foz. La carretera descendía bruscamente y se estrechaba a medida que avanzaban. Al llegar a la foz los miedos de Emma se hicieron realidad, parte del trayecto estaba inundado por agua y barro arrastrado por la corriente.
Era un momento crucial, debían darse prisa antes de quedarse atascados en el fango. Emma decidió que debían ir lo más cerca posible de las inmensas paredes de la estrecha foz donde parecía que había menos agua. Eran tres kilómetros serpenteantes y después tomarían un camino hacia lo alto de la montaña. Emma aceleró el todo-terreno para enfrentarse a la corriente y por un momento las ruedas se deslizaron de forma que perdió el control, parecía precipitarse al barranco enfurecido pero reaccionó rápidamente evitando un trágico final. Pudo enderezar las ruedas en el último segundo, respiraba de forma agitada, el corazón le latía con fiereza e intentó calmarse para poder centrarse en salir de allí cuanto antes. Apenas podía ver la carretera pero siguió adelante, les quedaban unos pocos metros para salir de aquella trampa mortal. Podía ver por el retrovisor la cara desencajada de su madre desde la caravana que se intentaba pegar al todo-terreno para evitar el embiste del torrente.
Una vez que tomaron el cruce Emma volvió a respirar con normalidad y el silencio que había inundado el coche desapareció. Todos gritaban palabras sin sentido primero reprochándole a Emma la osadía por haber puesto de aquella manera sus vidas en peligro y después animándole por la manera de actuar. Pasaron del enfado a la alegría en cuestión de segundos pero Emma no les escuchaba, estaban tan cerca de su destino que el cansancio y la tensión del ultimo tramo hizo que cerrara los ojos a punto de dormirse. Dio un volantazo y paró el coche en seco, ya no podía más.
Al abrir los ojos lentamente y al mirar al frente vio las luces del pueblo donde vivirían los siguientes años. Las luces de las casas estaban encendidas y de las chimeneas salían leves hilillos de humo. Estaban todos a salvo, tan sólo deberían aprender a convivir como una gran familia. Natura les había dado una segunda oportunidad para vivir en armonía mientras las aguas se retiraban poco a poco. La Tierra estaba limpia de nuevo.
Emma se despertó después de un inquietante sueño premonitorio y supo el terrible fin que se avecinaba. De repente sintió la necesidad de volver a reunir a su familia y huir a la seguridad de las cotas más altas. Tan sólo tendría unas horas, tal vez un día como máximo. Se levantó de la cama lentamente, el agua le llegaba por las rodillas. Vivía en un cuarto piso y el terror se reflejó en sus ojos.