RASCA QUE TE RASCA
Abanico en mano, espero que llegue la noche y con ella, por fin,
desaparezca este calor infernal y la humedad que empapa mi cuerpo y la fina
tela que lo envuelve.
Abro las ventanas, deseosa por sentir una suave brisa que
refresque mi alcoba mientras me esparzo sobre la cama ocupando el mayor espacio
posible, procurando no tocarme a mí misma. Siento como cada poro de mi piel
exsuda sin parar y pienso que en cualquier momento me derretiré dejando un
charco de agua, grasa y huesos.
Estoy agotada a pesar de no haber hecho nada, tan solo
respirar este aire tórrido con sabor a tierra y a sal de mi propio cuerpo. Pero
por fin este fogoso día se acaba y entro en letargo, en un duermevela hasta que
de pronto lo oigo. Parece lejano, suave. Un leve zumbido, un aleteo frenético
de un insignificante vampiro. Se ha abierto la veda y es la hora de cenar. Un
diminuto y hambriento mosquito se ha colado por mi ventana y tengo la certeza
que va a fustigarme una y otra vez hasta que se harte, reviente o acabe con él.
Pienso, erróneamente que, si no me muevo, no conseguirá
localizarme, como si fuera un tiranosaurio rex invisible, pues no consigo verlo
por mucho que lo oiga. Pero me huele, olfatea
cada parte de mi piel expuesta, me encuentra como lo hace un león con su
presa.
Dejo de escucharlo un par de minutos y entonces lo siento.
Ese picor intenso sobre mi tobillo, ha comenzado su particular banquete.
Tobillo, nuca, brazo, rodilla, otra vez nuca. No se cansa de mi cogote y no
consigo atraparlo.
Acaba tan harto que baja la guardia y consigo verlo. Doy una
palmada en el aire intentando exterminarlo, y después otra y otra. Me siento
ridícula ante este liliputiense ser que me devora frente a mis narices y yo,
aun así le hago palmas. Pero con mi último aplauso he conseguido acabar con él.
Victoria.
Ahora toca lamerse las heridas, pequeños pero insufribles
mordiscos, picotazos que van tornando color grana, tomando volumen, tensando
y calentando mi piel como respuesta alérgica.
Mis escudos hoy han fallado. Ni la mosquitera, ni la
citronela, ni el insecticida, ni la pulserita, ni el antimosquitos han
conseguido frenar al ya fallecido pero voraz chupóptero. Sé que me espera una
noche de rasca que te rasca, hasta que el antihistamínico me deje K.O. pero
hasta ese momento no hay crema, ni vinagre, ni amoniaco que me unte, que calme
este picor. Quisiera pasarme una lijadora por la nuca y abrir con un bisturí
los picotazos de las piernas hasta que salga el veneno que llevo dentro.
Acabo dormida después de un rato de tortura, pero sigo
rascándome entre sueños.
Cuando llega el nuevo día, intento desperezarme poco a poco,
apenas puedo abrir los ojos. Me dirijo a la ducha, un buen baño de agua fresca
me despertará y calmará las picadas. Al mirarme en el espejo, y por lo poco que
puedo ver, parece ser que había más invitados al banquete y han decidido
cebarse con mi cara con premeditación, nocturnidad y alevosía.
Hoy no me queda otra que pasar un nuevo día bochornoso
embadurnada en cremas y adormecida por los anti alérgicos, pero la próxima
noche, sacare la artillería pesada. Dormiré dentro de mi cama, protegida por un
escudo seguro, la sabana.
No hay comentarios:
Publicar un comentario