viernes, 19 de enero de 2018

BLANCO AMANECER

BLANCO AMANECER


Está a punto de amanecer en el Valle del Almiradío y el aire gélido de los Pirineos ha dejado durante la noche un fino helado manto gris  sobre la siembra recién germinada , reflejo de un cielo encapotado que apenas deja asomar los tímidos rayos del Sol, la gran bola de fuego no consigue calentar los árboles cubiertos por cientos de diamantes relucientes, la fría brisa hace bailar rítmicamente las ramas desvestidas y abandonadas por los pequeños pajarillos que se esconden al abrigo de los tejados. Silencio, sólo se escucha el silencio mientras amanece, dormido, todo está dormido, esperando, incluso el río Salazar discurre lentamente bajo una capa gruesa de hielo blanco. 
Salgo del calor del hogar y el frío parece desgarrar mi tez, en tan sólo unos minutos siento como la piel me arde pero hoy no quiero perderme el espectáculo. La nubes, cada vez más densas, se deslizan sobre las laderas de la Faeta mientras amanece, aunque la noche parece querer continuar. El primer copo de nieve, pequeño como la ceniza, me roza suavemente la mejilla pero apenas lo siento, porque estoy intentando llenar mis pulmones de este aire limpio que me pellizca el cerebro y me obliga a cerrar los ojos. Los copos se acomodan sobre el suelo helado, cubriendolo todo de un manto blanco y poco a poco van creciendo en tamaño, cayendo como ligeras plumas, todo un espectaculo. En unos minutos la capa de nieve es considerable, dándole al entorno un aspecto ondulado, acolchado, limpio y armonioso. 
Tras una nube, el Sol se hace fuerte, se asoma e inunda todo con un gran resplandor, como el flash de una fotografía panorámica que dura unos segundos. El silencio deja paso al leve sonido de mis pasos sobre la alfombra blanca, vuelvo a cubierto a sentarme junto al fuego para ver desde la ventana cómo sigue nevando durante horas mientras me lleno de paz, de tranquilidad y serenidad.


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