LA SEMILLA
Lara tenía 14 años cuando un día encontró, por casualidad una pequeña semilla brillante cerca de su casa. La recogió para metérsela en el bolsillo y justo en aquel momento la sintió cálida y viva. Pensó en sembrarla dentro de un tarrito de cristal, sentía curiosidad por lo que crecería de aquella minúscula semilla.
Cuando llego a casa se escondió en su cuarto y allí sembró el pequeño granito brillante entre algodones húmedos. Pasaron los días, las semanas y de entre la blanca guata, germinó una pequeña ramita de un color verde esmeralda, tan brillante como la semilla que cautivó a Lara. Cada día crecía un poquito y en pocos meses el tarrito se le quedó pequeño así que la transplantó con muchísimo cuidado a una preciosa maceta.
Con el tiempo Lara descubrió que su preciosa planta no soportaba bien los rayos del sol así que la escondió bajo su cama donde la luz no llegaba y no podría causarle ningún daño. Cada cierto tiempo la regaba y la planta aún brillante y sin flor seguía creciendo.
Pasó un año y empezaron a salirle pequeñas espinas venenosas apenas apreciables pero que de vez en cuando herían las delicadas manos de Lara.
Tardó casi dos años en germinar una flor, que enamoró la vista de la ya adolescente muchacha. Era de un intenso color plateado con suaves pétalos que brillaban debajo de su cama pero pronto aquella preciosa flor empezó a desprender un aroma peculiar, que a veces resultaba incomodo y otras veces era casi inapreciable.
Ya cumplidos los 17, Lara decidió sacarla de su habitación y transplantarla a un lugar más amplio y aireado, pues a pesar de su olor desagradable y sus espinas cada vez más grandes y molestas, Lara estaba hipnotizada con ella.
Buscó un lugar oscuro cerca de su casa, un lugar seguro escondido ante la vista de los demás y allí la plantó para cuidarla y admirarla cuando quisiera.
Pasaron los años y lo que fue una pequeña planta se convirtió en un precioso arbusto lleno de flores plateadas, grandes y hermosas pero a pesar de estar al aire libre el olor
nauseabundo iba en aumento.
Lara había cumplido los 20 años y tan sólo ella sabía de la existencia de su precioso secreto pero durante un tiempo se olvidó de ella, aun estaba hipnotizada pero las visitas se hacían más distantes en el tiempo, ya que comprobó que no necesitaba tantos cuidados, simplemente estaba ahí para ella. Cuanto más la cuidaba más crecía y Lara no quería que se hiciera tan grande que no la pudiera esconder a los ojos de los demás.
Pasaron los años y su secreto estaba aun seguro. Lara había cumplido ya los 30 y su arbusto se convirtió en un árbol con gruesas ramas llenas de espinas que se clavaban en la fina piel de Lara, dejándole heridas tan profundas que le costaba días sanar y más todavía ocultar. Las flores eran grandes como la palma de su mano pero despedían tal olor que empezaba a ser complicado que la gente no se percatara de ello y decidió rodear el árbol con lavanda para disimular aquel olor fétido, que enfermaba a Lara y poco a poco empezó a salir de el encantamiento que le producía su gran secreto. Aun así cuidó durante unos años más aquel árbol, como un deber y un hábito que le producía cierta ansiedad y disgusto pues ya le suponía un esfuerzo enfermizo.
Ya con 35 años, su situación era insostenible, le repugnaba acercarse a aquel lugar pero en cierta medida no podía deshacerse de aquel esperpento, lleno de espinas venenosas que infectaban la sangre de Lara, incluso sus antes majestuosas y plateadas flores habían empezado a tener un color oscuro, negro como la noche y sus pétalos suaves, ahora eran asperos y fríos, con un olor putrefacto que le provocaban fuertes dolores de cabeza, mareos y le quitaban las ganas de comer.
Algo le pasaba a Lara y su familia empezó a sospechar que algo escondía, la veían enferma, apática, triste y un día ya no pudo más, entre lágrimas y avergonzada les enseñó que es lo que había ocultado durante tanto tiempo. Entre todos ayudaron a Lara a deshacerse de aquel venenoso árbol que tanto tiempo y esfuerzo le había arrebatado a lo largo de los años dejándola sin fuerzas y enferma.
Primero empezaron a arrancar sus horribles flores para después cortar las fuertes ramas llenas de espinas. Mientras las cortaban, el árbol sangraba el veneno que tantas veces había dañado a Lara. Con gruesos guantes, para protegerse, recogieron las ramas tiradas y junto con el grueso tronco hicieron una gran pira de fuego para asegurarse que no volvería a crecer. Las llamas al principio débiles, ya que la madera se resistía a quemarse, pronto tomaron fuerza y gran altura, de un intenso color rojo y azul, que poco a poco se convirtieron en una pequeña montaña de cenizas que se esparcieron con el viento, alejándose de aquel lugar para siempre.
Aun quedaba el trabajo mas importante, arrancar las viejas raíces que de la pequeña semilla habían brotado. Si las ramas eran gruesas y fuertes las raíces lo eran aun mucho más pero Lara no desesperó en su labor, necesitaba deshacerse de aquello por completo y con la ayuda de su familia y amigos trabajaron durante mucho tiempo para matar la raíz del árbol.
Pasaron meses hasta lograrlo, ya que descubrían nuevas raíces que se aferraban a la tierra e intentaban volver a brotar pero Lara se sentía fuerte y decidida para acabar con aquello. Pasó casi un año hasta conseguirlo definitívamente, dejando un gran agujero donde antes había estado su querido y a la vez odiado árbol.
Con el tiempo, aprendió a vivir sin aquella carga y tan sólo a veces, regresaba a aquel lugar oculto hasta para el sol, ya que echaba de menos las brillantes y plateadas flores pero al ver el gran socavón recordaba de nuevo el dolor que le había causado sus espinas y su olor, era entonces cuando se aseguraba de que no volviera a germinar de nuevo.
Cuando la tierra empezó a sanar, a desintoxicarse, la lavanda, que un tiempo antes había plantado, cubrió el lugar donde antes había un gran árbol, dejando durante todas las primaveras y veranos, un suave y dulce aroma.
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