VIAJE AL SUPERMERCADO
Debo ser bastante rarita, porque a todo el mundo que le gusta
escribir, la cuarentena, parece ser, el estado perfecto para imaginar mundos
nuevos o que las musas se cuelen por tu ventana, pero lo cierto es que yo me he
sentido bloqueada en cuanto a plasmar mis sentimientos o mis humildes ideas,
simplemente porque suelo relatar lo que me acontece en un día normal, y este
aislamiento es todo menos normal, yo lo he vivido como el Día de la marmota, de
Harold Ramis, repitiéndose día tras día en casa. Hasta ayer.
Os pongo en situación, vivo en un pequeño pueblo del Pirineo
Navarro de unos doce habitantes y cada sábado vienen un par de camiones para
suministrar fruta, verdura, carne y productos básicos, así que tenemos la
suerte de que el mercado viene prácticamente a nuestra puerta, con el esfuerzo
y exposición que conlleva al carnicero y a la frutera en estos momentos, por lo
que en realidad, no he tenido la necesidad imperiosa de ir a un supermercado
hasta ayer, ya que necesitaba algunas cosillas y por qué no decirlo, me
apetecía algún capricho. El supermercado más cercano, en el que suelo comprar,
está a unos 20 minutos en coche, así que cogí unos guantes de vinilo y una
mascarilla propiamente manufacturada y allí que me fui.
Al montarme en el coche tuve la fugaz sensación de estar
saltándome la ley, a pesar de que podemos ir ha hacer la compra, y durante todo
el trayecto rece por que no me pararan al ver varias patrullas haciendo
controles por la zona. Vamos que el miedo ya nos lo han ido metiendo en
pequeñas dosis. Tuve la suerte de no tener que dar explicaciones a nadie y
cuando llegué a la población donde quería hacer mis compras, me fui directa al
estanco a adquirir unos paquetes de tabaco, no sin antes ponerme mis guantes y
mi mascarilla, que desde el minuto uno empezó a sajarme las orejas. Al llegar a
la calle principal, vi a un montón de gente quieta por las calles, como si
estuvieran jugando a las estatuas, en aquel momento aluciné un poco, pero al
acercarme me di cuenta que eran colas esperando para entrar en diferentes
establecimientos manteniendo la distancia de seguridad, todos con sus mascarillas,
una visión surrealista, pero las cosas ahora parece que van a ser así. Me puse
en la cola del estanco y después de un rato, no se cuanto fue porque en
realidad no tenía prisa, me di cuenta de que había un cartelito en el que
ponía:
“Por causas ajenas a nuestro poder no se puede pagar con
tarjeta”, así que me tuve que salir de la fila, perdiendo mi turno, para irme a
la cola del cajero automático y una vez que pude sacar dinero, con la
consiguiente comisión, volví a la cola del estanco y empecé a preguntarme cómo
se puede fumar con la mascarilla, mejor no lo intentéis. Pasado un rato, quieta
como una estatua pude comprar desde una distancia de “seguridad” unos paquetes
de tabaco y de ahí al supermercado.
Tengo que decir que una de las pocas cosas que me gusta de
las tareas del hogar es hacer la compra, pero ayer no fue el día, es más, creo
que tardaré en volver a ir a un supermercado. Ya de primeras la mascarilla me
estaba agobiando, no por respirar algo incomoda, sino porque no veía muy bien
por donde pisaba y sobre todo por el ardor que notaba en las orejas, pero hay
que adaptarse a la “nueva normalidad” ¿no?, pues ahí estaba adaptándome. Entre
con mis guantes de vinilo, que por cierto me quedaban un par de tallas grande
así que la cosa sabía que no iba a mejorar, pero no importaba porque tenía
pensado comprar unos helados y alguna chuminada para esos días de aburrimiento.
Nada más entrar me puse encima los guantes que disponen para
los clientes, esos “maravillosos” guantes gigantes, transparentes que son la
excelencia de la comodidad. Me dispuse a coger algo de fruta y verdura, pero
empecé a tener algún problemilla para abrir las bolsas. Después de unos diez
minutos, varios intentos, me dio por reírme, gracias a que tenía la mascarilla
puesta nadie se dio cuenta de que una loca inútil, peleándose con las bolsas,
estaba pululando por el pasillo de la fruta. Hasta que un amable señor se acercó,
viendo mi incapacidad con las puñeteras bolsas, me explicó muy afectuosamente
un pequeño truco para abrirlas, simplemente de una de las asas hay que frotar y
se abre, pero, aunque suene sencillo, es algo más complicado con un par de
guantes. Ya con mi bolsa abierta, me dediqué a recoger un par de calabacines y
nada más meterlos en la bolsa, fueron directos al suelo. Creo que es mala
suerte pillar una de las pocas bolsas que pueden estar rotas, pues yo lo hice.
Vuelta a empezar, coger bolsa, abrirla, llenarla y ponerle la etiqueta. ¡Que momentico!,
y aquí se que no soy la única a la que le pasa. La etiqueta se queda pegada en
el guante por mucho cuidado que tengas, así que yo fui dejando partes de mi
guante en cada etiqueta. Solventado ya el primer contacto, me animé a coger unos
mangos, que me encantan, y resulta que al meter dos en la bolsa me di cuenta de
que tenía todo el guante lleno de las no pequeñas pegatinas que tiene cada
pieza indicando que a madurado en el árbol. “Por lo menos ya no le va a pasar a
nadie más”, pensé, “me las he llevado yo todas”.
Terminé con varios productos más y me deshice de esos
guantes, o lo que quedaba de ellos. Seguí con mi compra, sin prisa, y de
repente me encuentro que en la sección de la carnicería, charcutería y
pescadería las han acondicionado para mantener la distancia de seguridad con
una cinta, de nuevo parece que hay que hacer la compra desde la distancia, pero
es por nuestro bien. Yo desistí de comprar nada, sencillamente porque se me
quitaron las ganas. El problema llegó cuando quise pasar de pasillo a pasillo
para seguir cogiendo productos de las estanterías, nada raro, unas galletas,
algo de azúcar, unas cervezas, algo de pasta…. Pero se convirtió en algo
complicado, ya que las colas de la pescadería y de la carnicería impedían el
acceso a el resto de pasillos. No os penséis que había mucha gente, porque no
era así, en cada fila había unas 4 o 5 personas, pero imaginaros como era de
larga manteniendo la dichosa distancia de seguridad. Así que deje mi carro en
un lugar estratégico donde no molestara, al lado de la comida de los gatos.
Subí y bajé por los pasillos como si fuera un laberinto hasta llegar a las
cámaras de yogures. Tan solo quería unos yogures naturales, simples, normales,
de los de toda la vida y me encuentro con todo tipo de yogures de sabores, colores,
aromas, con trozos de fruta, con virutas de chocolate, light, de soja, sin
lactosa o azucarados, pero no naturales. “Esto me pasa por no haber utilizado
como habitualmente lo hago la yogurtera cuando me queda tan solo uno.” En aquel
momento apareció por allí un muchacho que esta reponiendo los yogures, así que
le pregunté si iba a poner los naturales. Solo le veo los ojos, pobre muchacho pienso,
todo el día con esto pegado a la cara, pero su mirada me expresa mucho más de
lo que se atreve a decirme. Yo no lo había visto porque la tela que me cubre la
boca me deja un campo de visión un pelín más pequeño de lo habitual, pero tiene
cuatro carros de cajas de yogures hasta reventar para colocar. “Déjalo majo, bastante tienes, como para
estar buscando unos yogures, entre tanta caja” así que cogí unos edulcorados y
me fui en busca de mi carro, volviendo por el laberinto, esquivando a las pocas
personas que estábamos. Terminé con varias cosas más y me dirigí a la caja,
donde había que esperar a que el anterior cliente finalizase de recoger sus
cosas. Ojalá que esto no desaparezca con el virus, algo bueno tenía que tener.
Mientras esperaba mi turno, con el carro a medio llenar, no pude evitar tocarme
las orejas, parecía se me estaban despegando de la piel. “Dios mío que dolor.”
Nada más empezar a poner las cosas en la cinta le pregunté a la Santa Cajera,
que no se su nombre, como lo lleva y como aguanta la mascarilla. Su respuesta,
me dejó hecha polvo. Me contó que tenía la cara llena de granos, aunque se
cambia la mascarilla todos los días, pero le ha provocado algún tipo de alergia
y tiene las orejas llenas de heridas, así que ha empezado a ponerse unas
horquillas en las cintas. Yo no sabía ni que decirle, excepto gracias y ánimo. En
aquel momento supe que me sonreía porque lo vi en sus ojos. Con toda amabilidad
quiso ayudarme a meter cosas en las bolsas y yo directamente le dije que ni se molestase,
lo ordenaría en el parking, no aguantaba más
esta sensación de ahogo, quería quietarme esa máscara cuanto antes. A la salida
del supermercado lo primero que hice fue arrancarme la mascarilla y volver a
respirar, que alivio. Al quitarme los guantes vi que tenía los dedos arrugados
como pasas, de lo que me habían sudado las manos.
Me costó un par de horas hacer unas compras que me suele
costar menos de una pero como me sobra el tiempo, no me importa. Son solo un
par de horas, pero la pescadera, la carnicera, la santa cajera, el joven
reponedor, la limpiadora y el resto de trabajadores están unas 8 horas o más en
están condiciones, es una tortura y aún así no pierden la amabilidad ni la
sonrisa en sus ojos.
Solo espero que cuando todo esto pase, cuando la distancia de
seguridad sea un mal recuerdo, sigamos acordándonos de los y las trabajadoras
esenciales, que les apoyemos y sobre todo acompañemos en la lucha de mejora de
sus condiciones laborables que hasta ahora suelen ser bastante vergonzosas, porque
por muchos aplausos de las ocho, que animan mucho, esos no pagan facturas, esas
personas se juegan cada día su salud por gente como yo para que pueda tener
acceso a alimentos y algunos caprichos.
Lentamente metí las cosas en bolsas y en el maletero mientras
rebuscaba todos los tikets para dejarlos a mano por si me paraban, porque no es
suficiente con enseñar la compra, eso es lo que me informaron en la panadería,
hay que enseñar el recibo de compra para que se vea la hora y demostrar que no
te has saltado el confinamiento. Regresé a mi casa, a mi bote salvavidas,
deseando que no me parasen, volví a mi confinamiento y a mi Día de la Marmota.
Gracias a todos y todas las trabajadoras de hospitales, todos
y cada uno de ellos sin olvidarnos de limpiadoras, celadores, administrativos…,
trabajadores de supermercados, transportistas, repartidores, barrenderos,
trabajadores sociales, voluntarios, dependientes de gasolineras, carteros, y muchos
a los puedan dejar de pronunciar, por salvarnos el culo a todos y darnos un
ejemplo de lo que realmente es importante.
Genial, princesa, gracias por hacerme reír y llorar al mismo tiempo, es verdad tú descripción del super, y todo lo demás ya te explicaré cómo poner la mascarilla para proteger tus lindas orejas muakkkkkk
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