EL ABEJORRO
Amarillo, negro y peludito, un
abejorro aletea sus alas zumbando en busca de alimento para su reina, pero
todavía la primavera no ha llegado, cargada de un millar de flores donde elegir
el mejor néctar y polen que llevar de vuelta a su hermosa colmena.
Escasean las provisiones,
pequeñas flores se ven aquí y allí, entre las verdes y recién germinadas
hierbas, así que el abejorro amarillo, negro y peludito se aventura a explorar
entre tejados, puertas y ventanas, desde donde siente emanar cierto calor desconocido
pero placentero.
Zumba que te zumba, el abejorro
amarillo, negro y peludito se cuela por un agujerito, luchando por no dejar que
sus finas alas se quiebren al pasar entre los huecos de las duras y ásperas
piedras.
Tras un grandioso esfuerzo
llega hasta la cocina de un hogar y allí encuentra algo sorprendente, un ser
gigante de cabellos cobrizos como el fuego, ojos azules como el cielo y piel
blanca como la nieve, y con su peculiar zumbido el abejorro amarillo, negro y
peludito se acerca a semejante ser buscando sustento.
Zumba vigorosa y enérgicamente las alas del rechoncho abejorro amarillo, negro y peludito, esperando
que aquel gigante monstruoso le escuche, pero no quiere oír, pues aprendió que a
palabras necias oídos sordos.
Con ágiles movimientos, el
abejorro amarillo, negro y peludito se sitúa frente a unos enormes ojos en los
que puede verse reflejado con su delirante y frenético baile, pero el
esperpento no quiere mirar, pues aprendió que no hay más ciego que el que no
quiere ver.
Sorprendido por tal ignorancia hacia su admirable cuerpo amarillo, negro y peludito busca otras maneras de
comunicarse con aquella criatura y se dirige directo hacia su boca, pero no
quiere hablar, pues aprendió que en boca cerrada no entran moscas.
Ante semejante desprecio, el
abejorro amarillo, negro y peludito volvió por donde había venido buscando
entre los campos pequeñas flores que le dieran un sostén, dejando en su
soledad a aquel ente ceporro, insensato e ignorante que no quería ver, oír,
ni hablar.
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