Bajo un manto de tierra y hojas
secas, descansan los bulbos de los jacintos, esperando que pasen las largas
noches, las ventiscas y las nevadas del frió invernal del Pirineo Navarro.
Escondidos, recogidos, casi sin vida hasta que la tierra por fin se calienta con
la llegada de los primeros rayos del sol de marzo, cuando despierta de su
letargo y poco a poco germina, asomándose tímida, luchando por salir de la dura
tierra, con la fuerza que ha acumulado durante su reposo. La claridad de los
días le empuja a crecer alta y esbelta para lograr su mayor esplendor.
Así me siento a día de hoy,
después de haber permanecido escondida durante años en mi propio ser, atrapada
en la oscuridad de la depresión, secuestrada por mis demonios internos hasta, que los soles de mi vida me alumbraron en la noche, sentí el calor de sus almas
y pude comenzar a despertar de mi propia pesadilla, para asomarme al mundo, al
principio tímida y asustada pero pude comprender que todavía quedaba algo de
vida en mi corazón. Luche, unas veces perdí, otras gané y otras quedé en tablas,
pero crecí como el jacinto, fuerte, esbelta, hermosa para lograr mi mayor
esplendor: YO
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