FRENTE A MI NARIZ
Hoy, me ha ocurrido algo que a
todos nos pasa alguna vez, pero en lo que apenas solemos reflexionar debido a
la frustración que nos genera estas situaciones y al poco tiempo del que
disponemos. Hoy, ha sido uno de esos pocos días en los que he pensado que
podría tener un momento de tranquilidad, sentada en mi maravilloso sofá,
leyendo un libro, o simplemente ojeando algo interesante. Me he acercado a la
estantería donde tengo los ejemplares a los que siempre quiero darles un
vistazo y me he decantado por un libro de jardinería, básicamente porque
estamos en primavera y me gusta sacar un ratito, cada dos o tres días, para
mimar las plantas de mi peculiar jardín, si se me permite llamar así a un
pequeño huerto provisto un centenar de macetas y flores.


Pero he cometido el
error de no ver lo que tengo frente a mis narices por intentar ver mas allá y
en mi descuido más torpe, he dejado caer al suelo una preciosa figurita de
arcilla de mi madre con más carga emocional que valor económico, ya que llegó
sobre volando el océano Atlántico para situarse delante de mis tomos.
Evidentemente, al caer al suelo se ha roto, bueno, más bien, en cuestión de un
micro segundo y fuera de lo que alcanza la vista humana, ha debido pasar por una
trituradora invisible antes de llegar al suelo y se ha hecho añicos, los cuales
se han esparcido por todo el salón, incluyendo bajo los muebles en los que hasta
hoy, habría jurado que no cabía un alfiler pero que he descubierto, que una
aguja de punto fino puede arrastrar un gran tesoro, por decirlo de alguna
manera.
Una vez recogido todos los trocitos, hasta los
más pequeños, he pensado, ilusa de mí, que tal vez podría pegarlos y darle un
nuevo toque anticuado y restaurado a la pequeña figurita y como curiosamente
tenía tiempo, he dejado mi libro de jardinería y me puesto manos a la obra,
intentado reconstruir lo inreconstruible, algo que me costado comprender un
buen rato y un trocito de mi propia piel. Como soy mujer de tener un poquito de
todo por casa, por si las moscas, no me ha costado buscar un buen pegamento,
resistente y fuerte a base de cianocrilato, por no ponerle nombre, pero tampoco
he perdido el tiempo en leer parte de la etiqueta en los que mencionaba que
materiales podría pegar.
Me encontraba sentada en la mesa
del comedor, con unos periódicos como mantel, ( mujer previsora vale por dos)
intentando unir los pedacitos de la figura de arcilla, como si fuera un puzzle en tres dimensiones,
hasta que me he dado cuenta, que el pegamento no ejercía su función sobre el
material en cuestión, por ser bastante poroso; y que había ido a parar a mis
dedos, quedándose el meñique y el anular de mi mano izquierda pegados entre sí
y el resto de los dedos pegados a varias de las piezas. Puedo decir, por
experiencia en propias carnes, que el secado de este pegamento es inmediato, y
al intentar separar los dedos ha habido, lo que podríamos decir como una
pequeña transferencia de tejido de un dedo al otro. En cuanto a los trozos de
arcilla me ha sido más fácil despegarlo si dejar piel en el proceso. Desde el
momento que la figurita prácticamente se desintegró hasta este momento actual
he permanecido serena, imperturbable y así he continuado. He cogido mi viejo
móvil pero lo suficientemente moderno como para ser táctil y he preguntado a mi
familia, que ya conoce mis serios problemas con los productos viscosos y que se
pegan, he intentado plantear la cuestión de cómo quitarme de los dedos y de las palmas mis manos el pegamento ya fosilizado pero el groso del
mismo me impedía escribir en la pantalla, ya que había conseguido,
inexplicablemente, crear una fina película alrededor de mis huellas y que por
lo tanto la pantalla no conseguía detectar. Pero como la tecnología tiene mil y
un recursos ( y yo también) he mandado un mensaje de voz al que me ha sido
respondido con prontitud y con no pocas risas, a las que por cierto yo también
he acompañado. Porque eso sí, que el humor no falte nunca. He seguido los
consejos recibidos, utilizando acetona para quitarme la fina película de entre
mis dedos sin recordar que parte de la piel de mi meñique había desaparecido y
os puedo asegurar, que la acetona escuece de coj*****es en una herida, aunque
sea mínima, ínfima. No acaba aquí la historia, porque he tenido la maravillosa
y brillante idea, de utilizar un algodón para empapar la acetona para frotarla
por mis manos y el resultado es que parte de el algodón ha acabado pegado entre
los dedos. Finalmente, y con la tranquilidad de un koala, he decidido utilizar
el mejor método de limpieza, agua tibia para limpiar mis manos y paciencia,
para que poco a poco y en unos días vaya desapareciendo parte del pegamento que
no he conseguido retirar. Evidentemente la figurita de mi madre ha sido
imposible reconstruirla y todo esto me ha ocurrido por no ver lo que tenía
frente a mis narices.
