CAPITULO 1
Alex se levantaba cada mañana a la misma hora, temprano, demasiado temprano, después de que el despertador sonara infinidad de veces, hacía tiempo que había perdido las ganas de salir de su acogedora cama sabiendo que un día más su jornada de trabajo sería tan dura como la anterior, la ilusión por su trabajo se había esfumado años atrás, pero no tenía el valor suficiente para marcharse y cambiar de rumbo. Era fisioterapeuta en un pequeña clínica hospitalaria donde había visto el sufrimiento de jóvenes postergados a sillas de ruedas por una mala decisión al volante, niños con enfermedades degenerativas que le rompían el corazón o familiares destrozados por el dolor de sus seres queridos impotentes por no poder ayudarles, y aunque sabía que hacía una gran labor , últimamente deseaba abandonarlo todo y salir corriendo sin saber a dónde pero se había acomodado a esa vida monótona y aburrida.Un día, como otro cualquiera, a finales de un invierno bastante cálido, Alex se levantó suspirando, frotándose los ojos intentando deshacerse de la somnolencia que le acompañaba cada mañana. Se preparó un desayuno copioso, un par de piezas de fruta, un riquísimo zumo de naranja y mandarina con miel de castaño, una tostada de pan con una gran loncha de jamón y su premio diario, una pequeña y jugosa palmera de hojaldre cubierta de chocolate. Aquel momento era su preferido del día, en el que por fin despertaba y saboreaba cada bocado de aquel delicioso dulce, sin que la preocupación por los pacientes a los que visitaría aquella mañana le entristeciera aquel momento. Mientras se vestía, encendió el televisor para escuchar las noticias pero no había manera de sintonizar una cadena, de nuevo se había estropeado el router, no era la primera vez, así que lo apagó y siguió vistiéndose lentamente.
Alex era una persona tranquila, no encontraba sentido pasar la vida corriendo de un lado a otro para terminar de la misma manera que todos sin disfrutar de los pequeños detalles del día a día.
Dejó recogido su pequeño apartamento, costumbre que tenía desde la infancia y salió por la puerta como cada mañana. Bajó a la calle por las escaleras a pesar de vivir en un octavo piso, era la manera de poner en marcha su cuerpo, de activarse y de hacer algo de ejercicio. Al salir a la calle vió que las luces de las farolas ya estaban apagadas y sonrió al darse cuenta que ya había amanecido, la primavera, su estación favorita, se acercaba. El sol se asomaba en un cielo limpio y aunque la mañana todavía era fresca el día prometía ser cálido. Miró la hora en su reloj, regalo de su padre en el último cumpleaños, y al ver que tenía tiempo, decidió ir andando hasta la clínica, un poco más de ejercicio no le vendría mal, además, llevaba puesto su calzado más cómodo, no había más que pensar. Se ató la cremallera de la chaqueta y comenzó a caminar mientras los tímidos rayos de sol se posaban en su mejilla. Caminaba a paso ligero y después de un rato, un escalofrío le recorrió la espalda, una sensación extraña, como si hubiera olvidado algo. Palpó sus bolsillos en busca de la cartera y las llaves de casa, cerciorándose de no habérselas dejado puestas en la puerta, como muchas otras veces y que acababa recogiendo su vecino, pero allí estaban, intentó hacer memoria aunque su cerebro todavía no se había despertado del todo. Así que no perdió el tiempo en darle más vueltas al asunto, si era algo importante en un momento u otro lo recordaría y si no lo era no valía la pena esforzarse. Siguió su camino mientras escuchaba el despertar de los pájaros que habían vuelto de pasar el invierno en el sur.
Sin darse cuenta había llegado al centro hospitalario más rápido de lo que creía, le daría tiempo a revisar con calma el historial de su primer paciente, un chaval que había perdido una pierna al chocar con el guardarrail mientras conducía una moto demasiado grande para él. Abrió la vieja puerta acristalada y por primera vez se dio cuenta que chirriaba de manera escandalosa. Se dirigió al vestuario para ponerse su equipo, odiaba cambiarse de ropa tantas veces al día pero eso le permitía vestir como quisiera en sus ratos libres sin que nadie le juzgase, pues prefería la comodidad antes que la elegancia y aquello le había reportado ciertas criticas por parte de su madre durante toda su vida. Una vez que se enfundaba la camisa y los pantalones azules era como cualquiera de sus compañeros del centro, todos llevaban la misma ropa, desde médicos, enfermeras, terapeutas y auxiliares, era una manera de no dar más importancia al trabajo de uno u otro. Se puso sus viejos pero comodísimos zuecos y al mirar alrededor se extrañó no coincidir con alguien. Probablemente había llegado demasiado pronto, salió al pasillo, miró en varias direcciones, tampoco había nadie, ni enfermeras, ni celadores, ni familiares de los pacientes, sólo silencio, de nuevo un escalofrío le erizó la piel. Aquello no era normal, aunque era temprano, los pasillos solían estar llenos de gente que hablaban susurrando como si estuviesen en un tanatorio, siempre había pensado que un ambiente alegre y dicharachero, con algo de música de fondo, ayudaría a los pacientes pero más bien era la pena y la tristeza la que recorría cada rincón de aquel viejo centro. Probablemente había algún acontecimiento especial o reunión que no había llegado a su conocimiento o que la había pasado por alto, no era la primera vez que le ocurría.
Se dirigió a su despacho, un pequeño habitáculo al final del pasillo que parecía más un armario para los productos de la limpieza que otra cosa. Procuraba pasar el menor tiempo posible en aquella minúscula habitación sin ventanas pero debía comprobar los historiales del día y su correo electrónico. No parecía tener ningún aviso nuevo, también le extrañó pero no le dio importancia. Mientras revisaba los historiales podía escuchar a través de las gruesas paredes los pájaros que campaban por los jardines que rodeaban la clínica, ojalá hubiera tenido una ventana para verlos, para que entrara la claridad de aquel precioso día y no sentir cierta claustrofobia y jaqueca bajo los fluorescentes de luz amarilla que emitían un cierto sonido eléctrico. Alex oía su respiración pausada, le pareci´ó haberse levantado con el oído más fino de lo habitual aunque no conseguía oír los pasos de la gente, el correr de las camillas en el piso de arriba o el ruido constante de la muchacha que se pegaba horas botando con una mano un balón de baloncesto por todo el centro, mientras con la otra, empujaba firmemente su silla de ruedas. Alex pensaba que era una luchadora y que algún día cumpliría su sueño de jugar en un gran equipo de baloncesto en silla de ruedas.
Trás un rato y sin prisa, fue a buscar su primer paciente que debía esperarle, en lo que los pacientes más veteranos llamaban irónicamente la sala de torturas, un pequeño gimnasio adaptado situado en el sótano, donde apenas entraba aire y rezumaba cierto aroma a dolor diluido con lejía. Allí no había nadie, ni pacientes, ni compañeros, nadie. Volvió por donde había venido intentando agudizar sus sentidos, intentando localizar algún sonido habitual por los pasillos pero nada, no oía más que su respiración que ahora era un poco más agitada. Subió a la primera planta, recorrió varios pasillos, abrió y cerró puertas de despachos, consultas y salas de espera e incluso entró en la vieja cafetería donde solía concentrarse el mayor grupo de personas pero nada. Corrió por el pasillo que daba a las escaleras para subir a la segunda planta donde estaban las habitación de la residencia, entró en cada una de ellas sin tan siquiera llamar, no había nadie. Al llegar a la última habitación la abrió lentamente, como si esperara encontrarse a todo el personal, pacientes y familiares hacinados allí. Evidentemente tampoco había nadie, se acercó a la ventana y la abrió intentado respirar varias veces para no entrar en pánico y en ese momento fue consciente en que tampoco había tráfico, ni gente andando, ni el sonido de los niños y niñas que cada mañana acudían al colegio que había al lado, nadie.
Volvió al pasillo, miró hacia el techo buscando alguna cámara, todo esto tenía que ser una broma de mal gusto, aunque era imposible que tanta gente se hubiera puesto de acuerdo para hacer una broma a alguien que apenas tenía amigos en el trabajo.
Alex era una persona bastante racional pero aquella situación le descolocó de tal manera que no podía pensar. Lo mejor sería sentarse y esperar, no sabía muy bien a qué pero esperaría, así que se dirigió a la entrada de la residencia, al pequeño hall por donde entraba todo el mundo y se sentó en un banco frente a la puerta deseando que chirriara y espero.
Continuará. ...
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